Películas Caseras

Mi película parte con una escena de amor filmada por una handycam posada sobre un escritorio. Claro que el escritorio no se aprecia en la imagen ni tampoco la handycam pero están allí y cualquier espectador medianamente perspicaz -no hago cine para estúpidos- sabe de su existencia. En mi película, como en la gran parte de mis películas, si no todas, se torna difuso el límite entre realidad concreta y alucinación cinematográfica. En la escena, los amantes ­-partiendo con un besuqueo furtivo, y continuando con el despojo de las ropas hasta consumar el acto sexual, real, por cierto- saben que están siendo grabados, es más, ellos fueron quienes dejaron la cámara sobre aquel escritorio. Me gusta cómo se inicia la cinta, de hecho es lo único que tengo claro: su inicio. No sé qué seguirá después, pero me agrada la idea de la precariedad de la handycam, la textura digital, para luego cambiar a 8 milímetros, qué se yo. Quien protagoniza la escena es Aiko Hitomi, mi novia oriental y musa eterna. Ella no habla un moco de castellano, pero siempre aparece en mis cintas, las protagoniza emitiendo largos diálogos improvisados que quizás nunca entenderé pero que calzan perfecto con mi idea de lo que debe ser el cine. Quién acompaña a Aiko Hitomi en la escena soy yo. Simón Carpentier, director de cine experimental y profesor de filosofía de un colegio Viña del Mar. El gran problema que tengo es más que nada con el hecho de que hace algunas semanas Aiko se dio a la fuga. Se fue sin decir nada, como era su costumbre o si lo dijo, lo más probable es que yo no haya descifrado un carajo de su vocabulario coqueto y ratonil. Hoy estaríamos de aniversario: cinco años de matrimonio cinematográfico y biológico experimental. Muchas horas registradas en casetes pequeños, como del tamaño de un puño mediano o de un gran corazón. Recuerdo una escena en la que Aiko conversa con un perro callejero y juega con él y se inclina hasta alcanzar su altura, muchos críticos en su majadería tildaron no sólo a la escena sino que a la cinta completa como una porquería, pero aquellos nefastos y despreciables seres no se percataron que tras aquella escena dotada de la más pura de las bellezas en realidad graficaba la concepción posmodernista del amor: una mujer hablando cantonés con un perro que apenas ladra. ¿Qué se puede sacar de eso? Quizás nada, quizás mucho. ¡Por la mierda que extraño a Aiko! Porque sin ella no puedo hacer películas. Sin ella no soy ni director cinematográfico experimental, ni profesor de filosofía especialista en ética posmodernista. Ni siquiera estoy seguro de ser. Aiko es una sonrisa. Mi sonrisa. Una sonrisa en fuga. Me pregunto si por las formas de sus ojos Aiko no verá todo en wide screen. Y entiendo la verdadera diferencia entre el mundo oriental y el occidental. Me aburre tanto full screen. La realidad puede ser muy penosa. Por eso hago cine. Necesito una doble. El cine no muere. No puede morir. Hasta el momento mi película está intacta. No hay personajes. Sólo la handycam que se desplaza de un rincón a otro de la habitación. Puede funcionar. Un largo monólogo visual, una película sin más personajes que el espectador. La acción se desarrolla en su cabeza y así tengo tantas películas como espectadores tenga. No. Me huele a mierda para Cannes. Pienso en poner un anuncio en el diario. Se busca musa oriental para participar en cine experimental. O quizás no deba especificar tanto. Se necesita chica oriental para rehacer mi vida. A ver qué llega.

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