Destrucción Más Iva 2 (Alergia de discotecas)

Nunca pensé que este tipo de vivencias se iban a transformar en una suerte de tema recurrente por estos lados. Pero, bueno: Quizás será porque en mi vida se han transformado en un patético leit motiv.

Ayer encendí el computador para escribir sobre algo que hasta hace poco pensaba que era una buena idea. Pero no llegué a ninguna parte. No me gustó lo que escribí. Borre y salí de Word. Después me puse a hacer cualquier cosa: escuchar MP3’s algo kitsch, ver antiguas fotos en donde aparecen personas que ya ni veo, me paseé hasta por Paint, explotando mi más desconocida veta de pintor dadaísta cibernético. Finalmente busqué entre los juegos del PC y me puse a jugar Lemmings.

Los Lemmings, tras la pantalla, salían disparados de aquí para allá. Entre explosiones enormes. Temblores que destruían el suelo, provocando formidables hoyos en donde los Lemmings quedaban enterrados en vida. Edificios que se caían. Y mucho más. Y, así y todo, los Lemmings se reían, como si sus mega bites cerebrales no alcanzaran a descifrar lo que pasaba. Como si no entendieran nada. Como si disfrutaran los ataques, las destrucciones.

Anoche fui al cumpleaños de una amiga. El cual, debo reconocer, esperé con hartas ansias. En primer lugar: porque quiero bastante a esa persona. En segundo lugar: pensé que tendría la ocasión de arreglar algunas cosas que ya me están afectando demasiado con un par de personas: pero la más trascendental en el tema, no acudió. Nadie me dijo que no iba a ir, pero bueno. Y en tercer lugar: porque quería salir, ya no quería estar encerrado en casa, amargado. Y es que, cuando uno está mal, uno cree que saliendo se le va a pasar. Si de hecho todo el mundo me dice: sal, pásalo bien un rato. Me imagino que para algunos resultará pero, definitivamente, no para gente de mi naturaleza.

Fue lo peor que pude haber hecho.

Mis amigas al parecer iban más de cacería que a un cumpleaños. Era su temporada de conejos y no tardaron en deshacerse de mí para enredarse en cualquier parte que cumpliera mínimamente sus expectativas. Mi culpa: debí suponer que no sería una reunión "convencional" de amigos, cerveza, conversación, yo como único centro de atención…

Odio las discos.

En realidad no odio la música de las discos, incluso algunas canciones llegan a gustarme, odio a la gente. Seres patéticos, decapitados, idiotas, sedientos de sexo ardiente, borrachos, vestidos, los hombres, con las camisas más afeminadas y robadas de los desechos de "Saturday Night Fever" y, las mujeres, cada hora con una prenda menos. Y sudor y push ups y colaless y mucho gel, laca. Es todo tan absurdo. Repito, esta vez con negrita y en cursiva: odio a la gente. Incluso, odio a mis amigos y amigas, cuando vamos a las discos: los desconozco. Me niego a creer que fui hecho de la misma materia prima que los seres imbéciles de anoche.

Una de mis amigas me contó sobre lo mal que estaba porque su novio había despertado una mañana, hace muy poco, descubriendo que ya no la quería. Yo la escuché atentamente: cada vez que me dijo que ya no podía respirar bien, que le faltaba su pulmón derecho (2 veces), que lo amaba más que nada en el mundo y que nunca llegaría a sentir amor por nadie más (3 veces), que quería quitarse la vida pero que no serviría de nada porque su vida se fue con él (2 veces). Incluso llegó a decirme: ahora soy como tú. Yo no entendí muy bien eso y le pedí que por favor se explayara y me dijo: si po, ahora me siento como debes sentirte tú todo el tiempo, sufriendo siempre por alguien a quien amas, pero esa persona no quiere nada contigo. Siempre enrollándote con minas, sufriendo: ahora soy tú. Yo no supe si darle las gracias, si agregar algo a su comentario, si cambiar el tema. Finalmente me decidí por no decir nada −genial idea, ¿no?− y acompañarla todo el resto de la noche, para que la pasara bien. No fue posible: ella se deshizo de mí apenas terminamos nuestras cervezas, alguna pieza de baile y la aparición de un personaje al que yo clasificaría dentro de mi ya clásica categoría de un completo imbécil. Él me pidió que lo dejara bailar con ella por un momento. Y ella, al rato, me acusó de persecución: me estás cuidando, me dijo, yo sé cuidarme sola, lárgate. Y así él la tomó de la cintura y se perdieron entre la gente. Fui donde otra amiga −ahora me pregunto por qué cresta insisto en buscar amigas en mi vida, si todo es tan complicado con ellas− y estaba en las mismas que mi otra amiga. Todos los asistentes a ese cumpleaños discotequero terminaron colgándose al cuello de alguien. Yo iba en otra: hace mucho tiempo que perdí la esperanza de poder conocer a alguien medianamente interesante en una disco. Menos en esa disco. Aunque una vez conocí allí a una preciosa chica de Curacaví con la que no conseguí mucho pero a la que aún le guardo unos buenos recuerdos. Pero eso fue otra cosa, en realidad la conocía de antes.

Me quedé solo, aburrido, apestado, furioso. Sin embargo, al darme cuenta de que ya mis acompañantes se habían olvidado completamente de mí, decidí buscar compañía nueva, improvisada. Pregunté nueve veces, a nueve lindas chicas, tan vestidas como desnudas, si deseaban bailar con un Tony Manero como yo, recibiendo nueve rotundos no por respuesta en nueve momentos distintos de la noche. Me emborraché. Creo haberle pedido a una de mis amigas si por favor podíamos besarnos en mitad de la pista con sus brazos colgados a mi cuello y los míos a su divina cintura, para hacerme sentir alguien medianamente interesante. Ella dijo que no quería ni bailar con, ni besar a, ni colgarse al cuello de nadie. Que estaba en otra. Que yo era su amigo y que cosas como esas pudren la amistad. Luego, ni tan sorprendentemente, la vi bailando en mitad de la pista, besándose, colgada al cuello de un tipo que apareció al rato después que yo a su lado.

Me parece que el abandono rompe más la amistad que los besos. Me dije. Luego deduje que ellas no tenían la culpa. Ninguna de mis amigas. Yo era quien nunca debió haber ido. Con lo mal que me hacen las discotecas.

Fui un Lemming. Volando por los aires de un lugar a otro. Entre explosiones. Sin entener nada.

Imagen Patética de la Noche: Se me pasó la mano con el alcohol. Bebí muy rápido y, mezclado con la frustración, el trago puede provocar cosas muy extrañas. Estaba en el baño, sentado en una taza llorando a mares y preguntando, algo fuerte pero quizás ininteligible: por qué, por qué… por qué a mí. Seguido por unos: soy patético, repugnante, looser, fracasado, ¿cómo ni siquiera puedo conocer a alguien con quien conversar?¿Cómo puedo ser tan fome como para que todos me dejen solo, se escapen de mí? y terminé con el clásico: odio a todo el mundo, a todos ustedes par de imbéciles, que alguien en un urinario próximo se dignó a responderme con un sentimental: ¡ahuevonado!

Dato extra de la noche: Digno de SQP. Vi entre los imbéciles presentes de anoche a un poeta medianamente conocido en la región que se las da de anarquista, bailando un baile de moda, con una rubia exquisita a la que él apenas alcanzaba el hombro en estatura. ¿Será posible que hasta los poetas resentidos puedan divertirse más que yo?

Definitivamente carezco del disco gen. No sirvo para esas cosas. Ahora estoy bien, auque se me parte la cabeza en tres partes. Todo eso es parte de mi alergia discotequera. Sin embargo, sé que volveré a ir a una. Sé que además existe la posibilidad de que vaya, incluso, con las mismas personas. Sé que se repitirá la historia.

Es raro que hasta los amigos (en este caso amigas) más cercanos(as) se transformen en las discos. Y es raro que yo no lo pueda hacer.

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