FANTASMAS UNIVERSITARIOS

Es el año 2004. Esto es en la Universidad. Estoy en el VIP del casino de la Facultad de Artes invitado por mi condición de ayudante de literatura hispanoamericana. No estoy sentado a la mesa, de hecho estoy de pie junto al mozo que espera la orden de servir el almuerzo, a la espera de que alguien indique dónde sentarme. Funciona, de hecho tan bien como para sentirme aún más incómodo. Me sientan a la cabecera y junto a nuestra invitada de honor: Diamela Eltit. Ella vino a dar una charla sobre su narrativa, sobre su obra. La charla fue en un salón pequeñito al que recurrieron todos mis compañeros más algunos profesores. Mi noble labor fue oficiarlas de cameraman. Fue una situación extraña porque tuve que evitar enfocar las manos de Diamela, las que temblaban en grado seis en escala de richter. De hecho el comentario generalizado fue lo nerviosa que estaba la autora. No le di mucha importancia, a nadie le gusta hablar de sus obras frente a estudiantes fans−caníbales −más de algún grupo de alumnas interesadas en hacer sus tesis sobre la narradora−, ni frente al capricho erudito del aparato académico que quizás es más visceral en una universidad de provincia. A Donoso tampoco le gustaba hablar de sí mismo, ni a Parra, ni a Bertoni, quizás a Bolaño le fascinaba, pero no debe dejar de ser incómodo. Como esos tours radiales que las bandas de rock deben hacer cuando lanzan un disco en una multinacional. Porque para qué vamos a estar con cosas, a nadie le interesa hablar de literatura, esto es puro marketing, autopromoción necesaria para conseguir nuevos adeptos o la gracia de algún académico para que escriba algún elogio en algún artículo de alguna revista universitaria. La charla fue un desastre y no lo digo por las respuestas inconclusas y etéreas de Diamela −que más tarde comprendí eran un modelo propio de la Nueva Narrativa Chilena, el decir las cosas poco claras, ese discursito ambiguo y wittgensteiniano de no sabe, no contesta− sino por las banalidades típicas de las consultas de los asistentes a los foros de literatura, que más que abrir debate demuestran la charlatanería de los aficionados a las letras. Ahora que escribo sobre esto me doy cuenta de que, en realidad, la situación fue muy chistosa: los moderadores consultan al respetable si hay alguna pregunta tras las palabras de la escritora y, luego de unos minutos de silencio y de caras de ¿qué demonios puedo preguntar?, alguien acumula el coraje necesario para alzar la mano y pedir la palabra. Sus palabras fueron más o menos las siguientes: “Diamela, como sabía que hoy ibas a estar aquí, estuve buscando información en internet sobre tu obra y me topé con un artículo muy interesante, en donde se habla de una escuela de seguidoras, de jóvenes que quieren continuar con tu obra, a quienes influyes mucho, de hecho, ellas se hacen llamar las diamelitas". Lo que no lograré jamás describir es la cara que puso la autora al momento de escuchar la pregunta, pero se la sacó fácil: “en realidad desconozco el tema, pero me enorgullece, si es así como me cuentas, me siento muy gratificada de que jóvenes autoras me tomen como influencia”. Ya no aguantaba la risa, de hecho me costó mucho, y miraba a algunos compañeros para no sentirme tan culpable, pero nadie notaba la ridiculez en la que nos estábamos metiendo. Siempre supe que mis compañeros no leían, porque no me refiero a no leer literatura actual, sino que tampoco conocen las obras de los ancianos del Boom ni el silencio ambiguo del post boom, y ni hablar de los clásicos, pero me extrañó el hecho de que nadie reparó en el error garrafal de la consulta de aquella persona que vio en google la posibilidad de encontrar un reconocimiento de carácter erudito. Efectivamente, lo supe más tarde, la persona que lanzó la pregunta había leído una nota sobre el texto de “las diamelitas” que realizó Bolaño −en forma irónica, misógina y despectiva, pero siempre genial− a los clones de Diamela Eltit, en una de las reflexiones más mala leche que haya escrito Bolaño si pensamos que nació después de haber criticado una cena "vegetariana" en la casa de la autora, y que ésta y su marido le habían preparado para tan especial ocasión. Pienso que Bolaño estaría feliz con lo acontecido, que su sentido del humor sea tan transdimensional que desde la tumba aún nos juegue malas pasadas es algo que no puede ser gratuito. Me dio la impresión de que Diamela supo todo el tiempo lo que sucedía, pero como la dama que es, lo dejó pasar, como queriendo olvidar una de las polémicas más escondidas y, a la vez, celebradas de la literatura chilena. Pero vuelvo al almuerzo. Estoy sentado, ahora comiendo e implorando que la comida no supere los cinco mil pesos, porque es todo lo que cargo y nadie me preguntó qué quería servirme, aunque por los piscos sour jamás habría reclamado. Diamela habla todo lo que no dijo en la conferencia, me comenta −porque antes yo le había comunicado sobre mis inquietudes− que le fascinan los escritores rockeros. No tengo idea a quienes se refiere, pero le sonrío y sigo atento a sus palabras. Debe referirse a Fresán por la cita pop, pienso, y las alusiones a la música, me interesaría mucho saber de escritores rockeros y lo anoto en mi agenda mental. Ella me menciona algunos nombres pero los olvido en seguida, producto del pisco sour de medio día. Frente a ella está Álvaro Bisama, quien es docente de la universidad, y dice que le encanta la frivolidad de Jaime Bayly, Diamela hace un gesto de repudio gracioso y fino que queda grabado por un rato en mi cabeza. Me adueño del tema y le digo a Bisama que Bayly es genial. Él continúa el diálogo conmigo y nos olvidamos por un rato de Diamela, quien empieza a conversar con otros profesores sobre literatura oriental, particularmente de Kawabata. Uno de esos profesores, en el momento en que yo masticaba un trozo de carne llevó, sin querer, a la autora a un terreno complicado nuevamente al decirle: “a mí me gusta Bolaño, ahora lo estoy empezando a leer”. La escritora mira su plato de comida y no dice nada por algunos segundos. Más tarde levanta la cabeza y dice: “yo no entiendo por qué lo hizo, yo lo invité a mi casa y después me sale con ese numerito”. Se queda en silencio y el profesor parece no entender de qué está hablando. Bisama se une al tema: “yo les dije a los alumnos que no sacaran las preguntas de internet porque se presta para situaciones como la que pasó. De todas formas Bolaño fue muy mala clase −sonríe− vino dos veces a Chile y sólo a molestar con sus pesadeces”. Suelta una carcajada solitaria. Yo siento que estoy ebrio, aunque no bebí tanto y sigo contando una y otra vez los billetes arrugados en mi bolsillo. Diamela golpea la mesa con el tenedor y dice: “ya… cambiemos de tema. Yo quiero saber de Daniel. ¿Qué es lo que te motiva?” Yo la miro y me siento agradecido de que se preocupe por mí, aunque en realidad sólo lo hace para cambiar de tema, porque yo ya le había comentado sobre mis fantasiosas expectativas de la vida. Se las repito de todas formas y me responde entre sonrisas: “comprenderás que la literatura, en cualquier campo, académico… creativo… es una lucha constante, cuesta mucho salir adelante, pero gana el que no se rinde”. Me pide que le deje mi mail, para que sigamos en contacto. Se lo doy anotado en un pequeño papel. Pero cuando ya partimos me doy cuenta de que lo ha dejado olvidado sobre la mesa. Siempre había pensado que Diamela era puro punk rock, una especie de Patty Smith de las letras locales, pero ahora parecía más una dulce maestra de literatura y, de hecho, me sentí más cómodo así. Ella se despide con un abrazo y me dice que ha sido un gusto conocerme. Yo me pongo a pensar en que mi primera meta será llegar a casa e intentar acabar su novela “Lumpérica”, la cual reposa sobre un armario, o por lo menos pasar más allá de las cincuenta páginas que tengo como record. La comida costó 4.990. Increíble.

Comentarios

Anónimo dijo…
Como olvidar aquel día...
Soy una lectora compulsiva de Diamela y una admiradora también.
Y como olvidar la intervención de nuestra compañera Mónica Larrañaga.
Y las burlas del profesor Adolfo Bisama, quien se jactaba de no haber podido pasar a la segunda página de ningún libro de la invitada.
Y bueno hay otras cosas de ese día que tb dan para recordar.
Salud
Diego Zúñiga dijo…
notable el post... la cagó, me imaginé toda huea incómoda de las conferencias y diamela ahí, como justamente tú la defines: una dulce maestra de literatura. Nunca la he leído, creo que por ahora no la leeré.
Posdata: la huea de las diamelitas fue la cagá... jajaja cuando mencionaste eso pensé en Bisama y en la Jeftanovic mandandole una carta al mercurio porque s sentia atacada ella y sus amigas escritoras. Un desastre.
Saludos.
Anónimo dijo…
Opa, estou escrevendo para divulgar meu blog d econtos O
O Tigre Desbotado
Anónimo dijo…
Y no superó los cinco mil pesos jaja, notable...

Saludos Daniel!!
ojos dijo…
solo decir k muy buen post, buen sitio, buenas elecciones...salgo con sonrisa de espiritu.
saludisimos.
Anónimo dijo…
No puedo creer que después de tanto tiempo, esta famosa anécdota aún sea recordada con tanta alegría. Primero que todo,la famosa Diamela no paró de tiritar y segundo, el pastelazo del año que se mandó nuestra querida compañera tan recordada, la Mónica. Fue patético. Yo quería hacer sólo una pregunta ¿quién chucha eran los iluminados? No tengo mucho espíritu de interpretación y nunca entendi nada de las casi 10 hojas que leí de su libro para una prueba de hispanoamricana.
Daniel, genial. Gracias por tus sabrosas anécdotas

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