Nicolini Remix

Columna del segundo semestre del 2006, quedó inédita, de cuando Nicolini Volvía a las pantallas de UCV televisión -creo que ahora vuelve nuevamente, con su estelar veraniego-. Ahora la saco de la papelera de reciclaje.
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Fue el poeta Mauricio Redolés quien dijo que la transición política nacional había acabado con la separación de la banda penquista Los Tres en el 2000. Claro que Henríquez y compañía prefirieron llamarla “receso indefinido” y más de alguno la tildó de “receso creativo” o “adiós a las cuecas choras en radios FM y quermés de colegio”.

Quizás, guiados por el sentido común, es algo lógico que los proceso de transición terminen con un recambio de los códigos políticos y culturales y den paso a una nueva identidad nacional en donde predominen los nuevos rostros −vírgenes en menor o mayor medida− en los sistemas mediáticos. Sin embargo, si observamos la situación de aquellos países en donde el concepto de “transición” suena a añejo, nos daremos cuenta de que ni los rostros ni los panoramas son algo nuevo. No es extraño que en Perú un tipo como Alan García, acusado de llevar un pésimo gobierno, sea reelecto, o que en Argentina exista gente que cree fehacientemente en que Menem aún mantenga una carrera política. ¿Cuáles son los efectos de la transición en Latinoamérica? Básicamente, en aquellos países que lograron liberarse de aquel boom de las dictaduras de los setentas, predominan las injusticias sociales, la corrupción, la violencia, el narcotráfico, la prostitución infantil y todo aquello que durante el clima optimista de la transición se quiso callar, esconder bajo la alfombra.

En Chile no es distinto, la revolución de los pingüinos −esas pequeñas criaturas uniformadas reclamando su derecho a una educación de calidad e igualitaria, que los medios de comunicación enaltecieron y sepultaron más rápido que a Axé Bahía−, junto con los paros constantes de los sistemas públicos como la salud y la educación, demuestra que el discurso de la transición entró en crisis. Sin embargo, estos hechos, que culminan con la funa de Chile Recortes, y la impunidad con la que parte para el otro lado Pinochet −hechos que nos da a entender que somos tan cochinos políticamente como los argentinos o los colombianos o los peruanos, que nuestra democracia no era tan transparente sino que “latinoamericana” finalmente−, se unen a la idea que veníamos transmitiendo: el fin de la transición significa también vivir rodeado de fantasmas remixados, a punta de cirugía de imagen pública, y como gran ejemplo tenemos uno de nuestra región: retorna a la televisión Roberto Nicolini, siempre al paraíso de la precariedad que es UCV TV y siempre dirigido a los niños.

Mi relación con Nicolini es delicada, debo aclarar. No sólo porque, como gran parte de mi generación, crecí viéndolo sagradamente por televisión, presentando dibujos animados viejos, sino porque asistí a Pipiripao un par de veces. En una de esas oportunidades fui humillado públicamente por el animador. La historia es así: tengo ocho o nueve años, estoy sentado junto a otros chiquillos en un gran sillón frente a una cámara. Nicolini está a nuestras espaldas y decide que “hablaremos de la naturaleza”, se acerca a una pelirroja que está a mi lado y le pregunta cómo se lleva con los pololos. La niña transporta el color de su cabello al rostro y finalmente no responde nada. Ante el silencio, Nicolini dirige la pregunta a mí: “Daniel, cómo te llevas tú con los pololos”. Sin saber qué hacer y con la necesidad rimbombante de salir del aprieto sólo respondo apesadumbrado: “no puedo responder porque en realidad no soy mujer”. Claro, la cosa venía mal porque mi madre insistía en cortarme el cabello a lo Moe de los tres chiflados y continuamente me confundían con una niñita en la calle. Sentí que Nicolini había puesto en duda mi virilidad incipiente frente a demasiada gente y, como si no bastara, siguió su afrenta al notar mi incomodidad, diciendo: “si yo sé que no eres mujer, Daniel. Yo te pregunto por los bichitos, los pololos”. Así, aparte de hacerme sentir afeminado, el animador me hizo sentir un completo idiota. Mi paso por Pipiripao fue mi medio para conocer el horror y la vergüenza.

Ahora Nicolini es un remix mutante de lo que solía ser. Está calvo y la barba se le ha desteñido un poco. Pero ahí está, con su tono de voz característico y con sus enseñanzas de sensei televisivo. Lo echaron por gordo pero regresa con aire zen.
¿Hacia dónde camina el país tras la transición? Un pasito pa’elante y uno pa’ trás.

Comentarios

Anónimo dijo…
jajajajajaja
me quedo con lo último...qué mala dany...pero igual no puedo parar de reir...jajajajajajaja

pucha, yo soy una frustrada con pipiripao...porque nunca fui.

cada vez que iban en el colegio...nunca le tocaba a mi curso y me daba rabia, porque me gustaba el programa.

y eso que pasé por varios colegios en la básica, y nunca pude ir...buuuuu

ya po amigo..un besote...nos vemos
Anónimo dijo…
¿Te has parado a pensar en la subida de precios generalizada y, en concreto, en la del petróleo? ¿Relacionas ideas o prefieres no pensar demasiado? Está todo bastante claro. El petróleo mantiene la sociedad moderna. Transportes, métodos de fabricación, procesamientos diversos. Aunque traten de quitarle hierro al asunto, la cosa se está poniendo fea. Es muy posible que confíes en tu gobierno, que pienses que ya han pensado en esto y van a solucionarlo todo. Pero si no es así, si esta sociedad que se rige por la norma de expansión tecnoeconómica sin límites, sigue cumpliendo sus reglas, probablemente reviente en un futuro nada lejano. Si por un momento dejamos de mirar la tele, jugar a los videojuegos y comer mierda, tal vez nos interese preocuparnos por nuestra vida. Aquí y ahora. Inhalar. Exhalar. Todo está conectado y si nada puede transportarse, ¿qué haremos cuando todos los productos del supermercado se hayan agotado, caducado, y no puedan traerse más? ¿O cuando los precios sean tan caros que nadie pueda pagarlos? ¿Moriremos de hambre? ¿Habrá saqueos? A la mierda. Lo mejor es que sigas consumiendo bollería refinada y bebiendo refrescos adictivos, mientras pasas las horas muertas delante de la tele. Lo contrario sería pensar, y pensar lleva a preocuparse y preocuparse genera angustia.


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