Emofilia

Estoy en la estación Tobalaba del Metro, una chica guapa a la que miro de reojo cada cierto tiempo, está apoyada en una de las paredes del tren. En sus manos tiene un ejemplar de Twilight (Crepúsculo para los que provenimos de la educación municipalizada), el libro aquel del vampiro que se quiere comer a la chica pero que no lo hace porque la ama -¿es idea mía o es una apología al concepto católico de virginidad prematrimonial?-. La chica del metro sigue apoyada y yo debo dejar que la masa me saque del vagón y me lleve levitando de la línea 1 a la 4. En espera de un nuevo tren, pasa uno, pasan dos, pasan tres y el cuarto que es el que finalmente logro abordar, por la multitud en espera. Incluso doy con un asiento vacío, soy feliz. Frente a mí otra chica guapa, algo mayor que la de hace algunos minutos, más cercana a mi edad, tiene también Twilight entre sus manos. Está un poco crecida para leerlo pero jamás he podido impugnarle nada a una niña linda. Miro a mi alrededor, nueve personas leen, cuatro leen Twilight. El santiaguino tiene mayor cercanía a los libros, sobre todo en el metro, y no sólo a la lectura para tarados. He visto a algunos leyendo a Dostoievski, a Marx, a Villegas, a Nabokov y a muchas otras cosas que jamás en la vida pude leer con atención. En Valparaíso, con suerte, vi en la micro una vez a un solo señor leyendo y era una revista pornográfica. Pensé en regalarle a mi hermana Macarena de once o doce años, no lo tengo claro, Twilight para su cumpleaños, cuya fecha también se me resbala, pero mi madre me la recuerda siempre de manera oportuna. Finalmente no lo quiso, la llevé a una librería del mall de Viña y eligió una porquería de tapas duras que costaba el triple y que trataba sobre un gato que cuenta la Historia de la Humanidad. A veces la veo leyéndolo. Al llegar a casa había contado a diecisiete personas leyendo en el trayecto, nueve leían Twilight, seis eran chicas lindas. Twilight parece ser el mejor invento emo de la historia después de los cuentos de Edgar Alan Poe, El Extraño Mundo de Jack, Kudai, My Chemical Romance y Edmundo Varas. Donde hay emo, hay adolescentes deprimidos y donde hay adolescentes deprimidos, hay padres con dinero para comprarles productos. Una vez pensé en escribir una novela emo y hacerme millonario con mi primera publicación. Era sobre una chica triste, incomprendida por sus padres y por sus amigas pokemonas que sólo se sacaban fotos eróticas para subirlas a Fotolog, un día descubre que no puede suicidarse y que, de hecho, es inmune a la muerte, el destino la transforma en la única superheroína chilena. Nunca me puse a escribirla. No he visto Twilight, la película. Tal vez me lea los libros. Tal vez no.

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