Canciones Punk según Felipe Montalva

Felipe Montalva fue uno de los titanes tras la revista porteña Ciudad Invisible, periodista de aquellos, hoy embarcado en la productora Matilde Audiovisuales. Fue, junto a Jorge Baradit, uno de los presentadores de Canciones Punk para Señoritas Autodestructivas, en esa bella y emotiva ceremonia que llevamos a cabo el viernes pasado en Valparaíso. A continuación les dejo el texto que preparó para la ocasión y que lleva el nombre de "Punk Rock Love".


Punk rock love. Sobre Canciones punk para señoritas autodestructivas, de Daniel Hidalgo

Felipe Montalva


Uno. Eduardo, el protagonista de “Inflamable” no logra dar con la frase. Sentado frente a su computador Compaq se frustra una y otra vez. Su escritura no avanza. Su vocación como escritor no cuaja. Pero, claro, él tiene otros quehaceres. Esos sí son relevantes para la narración. Veamos, leamos: Una mujer que es como su gatillo y el hombre con una doble (o triple) vida, donde deambula, alquilando departamentos cerca de los Mcdonald’s, mirando y acechando.

Mientras él y ella intentan salvarse, esparcen gasolina a su alrededor; pólvora; cargas de profundidad; mechas de encendido lento. Pero no. El no puede avanzar con esa maldita novela, y cierra aturdido otra vez ese notebook.

Asi que lo hace nuevamente.

Dos. Como todos los protagonistas de Canciones punk… , el protagonista de “Inflamable” es también un niño condenado. O mejor: Es un hombre paria, asalvajado, inútil y también profundamente vulnerable. Un hombre propenso a ilusionarse con el primer meneo pendular de un par de nalgas femeninas. Lleva a la mujer como un sambenito. Como una mantis que lo conduce derecho a su madriguera. Las canciones punk poseen protagonistas masculinos. Eduardo no tiene hijos que criar: Los rapta. Las canciones punk terminan rara vez en sexo, y si lo hay, son erecciones que fallan, el hombre eyacula antes y con dolor. O, como en el cuento “Los monstruos mecánicos”, hay performances de seducción: mucho blablá, mucha representación, clichés que sólo sirven para tapar la inutilidad y la indefensión. Las canciones punk está hechas para señoritas autodestructivas porque estos machos se aparean con el desastre.

Este es un libro suicidio en la ciudad-puerto que posee un romance permanente con la aniquilación.

Tres. Porque Hidalgo escribe sobre Valparaíso. Construye Valparaíso, lo que parece ser ya una idea un poco delirante. O pensemóslo mejor así: Vuelve a dignificar en clave negativa a Valparaíso como locación y accionante de historias que podrían, sí, podríamos realizarlas en… cine (!). La narrativa de Hidalgo construye un Valparaíso cuyos habitantes si bajan al “plan” (el centro de la ciudad) es para machetear, asistir a algún recital en el barrio puerto, robar, traficar y… perderse. Por ende, hay aquí una historia/filme nuevo sobre Valparaíso, pringoso y crudo pero honesto: No usa a Valparaíso como escenografía como sí lo hacen los spots publicitarios o las malas películas y teleseries chilenas. No, aquí Valparaíso es un accionante. Personajes que lucen y actúan como el entorno. Como un neorrealismo punk, los niños con la mirada perdida deambulan en medio de las ruinas. La temperatura del entorno es la misma del interior. En Canciones punk… no hay bohemia poética, ni escaleras locas, ni autocomplacencia. No hay Cerro Alegre ni etnicismo de cuarto enjuague. La ciudad puerto de estos cuentos se asemeja quizás peligrosamente a la que vemos todos los días al salir de casa: No hay turismo cultural. No hay belleza caleidoscopica como la que exhibía el filme de Joris Ivens. No hay épica como la de los niños-héroes de Aldo Francia. No. Aquí hay basura, mucha, y los niños te ponen una tuna en la cabeza si te pasas de listo. Hay desesperación, hay violencia, y por sobre todo, hay la sensación de que todo se desmorona. El sistema no funciona. El protagonista del cuento “Silencio hospital” contempla apretando los dientes como su madre agoniza en la sala de espera del SAPU de Playa Ancha; los niños de “Barrio Miseria” saben contar hasta tres, nomás. Aquí, en Canciones punk… hasta yerra el jovenzuelo picado a delincuente, en una especie de circuito cerrado, predecible y letal.

Pero este Valparaíso es también el de la saturación (como si no lo fuera). En el Barrio Miseria conviven sin problemas The Clash y los Dead Kennedys con Marco Antonio Solís, el corrido y los Pibes Chorros: hibridez de mercado de cachureos.

Cuatro. Hidalgo-narrador escribe y hace hablar a sus personajes como seres contaminados. Si el lenguaje es un virus; el lenguaje de los medios, es decir, la información, nos penetra como miasma; se nos queda impregnado, y sí, ya somos parte de él también. Narrador y personajes terminan fundiendo sus palabras con las de un periodista, un cronista de costumbres, un crítico de rock lleno de clichés, o un teórico social de fuente de soda. Eduardo, nuestro psicópata y escritor se frustra delante de una Compaq, la marca por excelencia de las clases medias-bajas y bajas de Chile. Ese detalle habla de Hidalgo como un anotador social. Pero ojo: como los jovenzuelos que bailan y se empujan en el bar donde toca Freddy Carrasco, estamos llenos de aderezos que intentan traducir pero el resultado más bien es otro. La traducción queda como acepción. Los parches, tachas y remiendos de la ropa son más bien nuestra verdadera vestimenta. El narrador del cuento “Ella era una chica indie” termina definiéndose por lenguaje de márketing al equipararse a los gustos de su novia, tan esquemáticos y construidos como los suyos.

También quiero decir que esto no es menor en una ciudad a la que se le han perpetrado operaciones de representación en los últimos años.

Cinco. Hidalgo factura Canciones punk para señoritas autodestructivas como un disco, formato en extinción creciente. O como un concierto, modalidad de reciente renacimiento. No es casual que el primer cuento, “Rock and roll elefante”, arranque con la frase, frente al micrófono, del amalditado rocker-cliché que es Freddy Carrasco: “El siguiente tema va dedicado a una persona que ya no está”. Así, como un recital punk (se sabe como se inicia pero no como termina), Hidalgo logra mantener el tigre en el aire. Cuentos como canciones desesperadas, tristes pero también adictivas. Esas que te dejan pidiendo más.

Debe ser por eso que la primera cita del libro es a un tema de los Buzzcocks. Esa banda que mientras algunos cantaban que Londres ardía y que la anarquía era lo mejor para Inglaterra, terminaba un disco repitiendo decenas de veces, anfetaminizados, afeminados, que:

ya no/ no hay amor/ en el mundo./Nunca más (“I believe”, del disco Different kind of tension.)

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