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Aparecido en Rolling Stone Chile, en septiembre de 2011.


Tras la investigación  “Piedra Roja, el mito del Woodstock chileno”, Antonio Díaz Oliva sorprende con su primera novela, una particular historia que mezcla el mito literario con el diario juvenil.
Una vez, en una entrevista, Nicanor Parra dijo que el hombre era un corazón con patas. Se refería no sólo al lado emo que a veces nos gobierna, sino que también a un dibujo en particular que él acostumbraba a hacer en servilletas, cuadernos y en cuanto papel se le cruzara por las manos. Al personaje lo bautizó como Mr. Nobody, y era justamente eso: un gran corazón puntiagudo con ojos, patas y brazos, que terminó transformando en algo así como un MC de su arsenal antipoético.

No es extraño, entonces, que el mismo Mr. Nobody sea una figura transversal en La Soga de los Muertos, la primera novela del periodista Antonio Díaz Oliva, la cual expone una galería de insignes perdedores, adorables don nadie en una búsqueda floja de algún sentido para sus pequeñas vidas.

Bastante menos compleja de lo que parece a simple vista –la novela es coral y fragmentaria, ¿experimental?–, La Soga de Los Muertos nos cuenta la historia de tres generaciones: la primera enmarcada en el poeta beatnik, Allen Ginsberg, quien en una visita a nuestro país, en el marco de un encuentro de escritores a inicios de los 60s, aprovecha de ir en busca de experiencias místicas mediante el uso drogas indígenas (el título del libro alude a la ayahuasca); la segunda sobre un grupo de adultos que quiere postular a Parra al Nobel de Literatura a punta de reuniones clandestinas y un bombardeo de graffitis a lo largo de Santiago; y por último, la de un adolescente, lector de comics que descubre la trilogía Volver al Futuro, transcurriendo estos dos últimos pasajes a mediados de los 90s.

La historia indaga en la idea de la memoria y cómo reconstruimos el pasado: a través de la infancia, el mito, la incógnita y otros artilugios. Ensamblada a partir del personaje P, un fan obsesivo del antipoeta, al punto de abandonar sentimentalmente a su hijo adolescente, el cual vive entre el bullying, sus historietas y las clases de su profesora de artes plásticas, el relato alcanza su dimensión más profunda en esta tensión entre padre e hijo y el abismo que los separa a pesar de vivir en la misma casa.

Díaz Oliva es capaz de construir una historia breve, de esas que se leen en un viaje en micro, con una escritura más cercana a la imagen que al relato, logrando no sólo cautivar por su historia, sino además por simular una bitácora adolescente de aquellos locos años noventas, capaz de condensar a una generación entera.

La Soga de Los Muertos
Antonio Díaz Oliva
Alfaguara

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