UNA NOCHE EN TRES ACORDES Y EN TONO MENOR (UNCUT)

No quería escribirlo, pero bueno: lo hago igual. Este texto fue presentado como cuento al concurso de cuento y poesía "Un Mensaje a Gabriela" (a la Mistral, creo) y sacó un segundo lugar. Salió un libro. Me dieron unas diez copias y pude guardar sólo una. Para toda la gente a la que no pude regalar copias, incluso habiéndomelo solicitado, va este post. Espero les guste.
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Difícilmente pueda encontrarse en esas imprecisas enciclopedias del rock una banda checoslovaca de los años setentas llamada Plastic People of the Universe que denunció y combatió incesante un régimen con canciones de rock, influenciados en gran medida por bandas norteamericanas como The Doors, The Velvet Undergroud o The Fugs, y que fue una pieza fundamental en la denominada Revolución de Terciopelo, bautizada así en honor a Velvet Underground. Mejor dicho, difícilmente pueda encontrarse una enciclopedia dedicada exclusivamente al complejo mundo del rock.
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Llegué acá luego de una discusión en casa. Siempre lo mismo. Quise salir a beber algo y escuchar música en vivo, porque para escuchar discos a todo volumen mejor me quedo en mi habitación. El DJ es el asesino de la música como obra artística y herramienta imprescindible de expresión de masas. Prometí que nunca sería una máquina la que me hiciera bailar y hasta el momento creo haberlo cumplido dignamente. Entré al primer lugar que sugirió mi instinto y el ambiente me hizo pensar de inmediato que mi idea no podía haber sido errada.
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Distintas escenas capturadas en una noche de rock: una pareja besándose desenfrenadamente y rozando mutuamente sus zonas erógenas en medio de la multitud extasiada que en vez de observarla pareciera anularla completamente de sus designios visuales. Unos tipos en la esquina probando la droga más democrática y más ad hoc a los tiempos. Gente borracha que se tropieza o resbala en su propio vómito. Un muchacho vestido de cuero que, en medio del pogo, se golpea la cabeza provocando una hemorragia inmediata pero que no le impide continuar en el epicentro de los empujones y patadas improvisadas. Algunos tipos que, como yo, aprecian desde un costado los sucesos emitidos desde el escenario por cuatro cabezas maestras y llenas de ira y los acompañan con un leve y rítmico movimiento del cuello con los brazos cruzados.
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Una escena levemente similar, quizás algo más sutil y menos pervertida por el tiempo, debe haber presenciado Malcom Mclaren en un club neoyorquino que llevó por nombre CBGB en 1977. Ahí se presentaban bandas como The Ramones o poetizas urbanas y desaliñadas como la maravillosa cantante Patti Smith. Malcom McLaren los observa desde lejos y piensa en que no está nada mal. Is this punk? Y decide que no sería una mala idea llevar este nuevo concepto a Gran Bretaña y cambiar la Historia por un momento.
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A mi lado está Gangrena, un roquero obstinado que asegura haber sido abducido unas tres veces y haber conocido a Jim Morrison en uno de esos viajes interdimensionales. Gangrena me cuenta que ha matado a tres personas en su vida y que la banda que está en el escenario se llama Edicius Truk. No suenan mal, me agradan. Gangrena se siente identificado con Edicius Truk porque sus temáticas abordan casos de encuentros cercanos del tercer tipo y abducciones y ET y X Files. Luego mi acompañante improvisado se olvida de nuestra conversación y desaparece.
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A nadie podría interesarle una “Enciclopedia Ilustrada del Rock” salvo a coleccionistas empedernidos. Y a gente como yo. Desde niño me interesé en adquirir diversas enciclopedias de música popular en donde compartían espacio los más bizarros grupos rancheros mexicanos con los cantantes solistas más melosos y asexuados. Nunca encontré una exclusivamente de rock. Hay quienes dicen que el rock no se lee, se vive. Sin embargo la Historia del rock es la Historia de la sociedad. Cada movimiento telúrico a lo largo de la Historia tiene un eco inmediato en la música popular: rockers, beats, mod, hippies, punks, new wave, grunge, hip hop: no son más que movimientos reflejos de una época determinada. De lo under a la masificación comercializada y luego la sobresaturación y el olvido y diez años más tarde el revival. Es un círculo constante con distintos matices. Como la Historia.
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Los integrantes de Edicius Truk ahora están en una mesa al fondo del lugar rodeados de mujeres: algunas bellas, otras demasiado alternativas. Por más horribles que sean los músicos de una banda de rock siempre existirán groupies dispuestas a admirarlos y satisfacerlos por completo y con all access. Por eso no me extraña nada que cada integrante de Edicius Truk se lleve a lo menos dos chicas a la cama esta noche. La banda que está ahora sobre el escenario son The Rokhas y también me agrada su concepto de rockabilly, poesía maldita y boxeadores.
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Saliendo de los baños veo a quien se hace llamar Álvaro de Valparaíso. Creo que tocó con Joe Strummer en Londres antes de que éste último formara The Clash. Prefiero quedarme con la duda y lo dejo pasar a mi lado como un fantasma borroso. En los baños todo el mundo parece estar más borracho que fuera de ellos y algunos, casi todos, todos parecen empeñarse en no darle a los urinarios y mojar todo el suelo y a quienes les rodeen.
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Sólo tres acordes distorsionados hacen falta para hacer una buena canción de rock y yo sólo necesito una cerveza en mi mano y una caja de cigarrillos en mi bolsillo para disfrutarla. Hay quienes pretenden cambiar al mundo haciendo del rock una guerrilla pero la gran lucha en el rock es sobrevivir al rock mismo. Caídos en batalla: John Lennon, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Sid Vicious, Freddie Mercury, Luca Prodan, Kurt Cobain…
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Es justo el momento en que la adrenalina da paso a otra cosa, y la cerveza ya tibia en tu estómago te inspira cada idea tan absurda como esporádica. Obedezco a una de tantas. El recuerdo de una ex novia siempre es grato y salgo en busca de una cabina telefónica perdida en mitad de la noche. Marco el número. No vive aquí, me responde una voz desconocida. Cuelgo. Y para qué me esmero en llamar a una figura difusa que ya escapa a mis recuerdos y que en nuestro último encuentro me dijo que me odiaba más que a su lunar de carne y a sus padres. Vuelvo a entrar al pequeño antro.
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Un muchacho se acerca al rincón en donde me encuentro como un boxeador derrotado en la esquina más fría de un ring abandonado y me pregunta si quiero comprar falopa. ¿Pero qué edad tiene? ¿Quince? ¿Dieciséis? Nunca es demasiado temprano para empezar a arruinarse la vida. Pero si da la impresión de que sus hormonas aún no se deciden si van a transformarlo en hombre o en mujer. Un niño indefinido y microtraficante de drogas. “No, gracias. No, no tengo ningún amigo que pueda interesarse” le digo con un tono lo bastante áspero como para que se vaya y me deje tranquilo.
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En Checoslovaquia prohibían el rock: Plastic People of the Universe se transformaban en un peligro reconocido para el predominio del Partido Comunista. Eran los ochentas y era el tiempo de cambiar las cosas. Era el momento de acabar lo que Dubcek nunca pudo, una Primavera de Praga reloaded y posible. Eso fue la Revolución de Terciopelo. Creo que en Chile nunca se combatió la dictadura con un aparato cultural interno, pero qué se iba a hacer, a Victor Jara le destrozaron las manos antes de desaparecerlo, y los insignes representantes del Canto Nuevo se ganaron la internacionalización obligada por medio del exilio. La guerra de Vietnam se combatió con Woodstock y la camada hippie que no pudo gozar mucho de sus logros, convirtiéndose en sus propios criminales: todos muertos de sobredosis y síndrome post guerra.
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Tres muchachas bailan en el centro del lugar, sumamente alcoholizadas y extasiadas por la música, y se dejan llevar por el mar frenético del pulso constante que satura todo el local. Ellas se divierten o fingen estarla pasando muy bien. No dudo de su estado anímico, pero su situación no puede ser más que ilusoria. Como la mía, un goce estético y sonoro que sirve como evasión. ¿Es eso esta noche? Sí, me respondo instantáneamente. Se esconden en el rock todos los traumas de cada persona dispuesta a escucharlo y dejarse llevar, como ellas, como yo. El rock como una trinchera fugaz. Un arma dentro de un holocausto personal. Ellas bailan con sus camisetas negras, sus minifaldas negras y sus panties rojas y sus zapatillas gastadas y sus cabellos decolorados. Gangrena, mi amigo momentáneo, intenta insertarse en su danza pero ellas lo evitan, lo ignoran y siguen su coreografía improvisada como si el universo entero dependiera sólo de las tres. Me emociona la idea de acercarme a ellas por el simple gusto de entablar una conversación superficial, un cruce de miradas, un baile esporádico, pero no hago nada al respecto y me escondo en la oscura distancia sólo para observarlas. El niño traficante sigue abriéndose paso por entre los presentes, hablándoles, ofreciéndoles cocaína, haciendo negocios y yo pienso en mirar hacia otro lado, en no topármelo nunca más en la vida.
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Cansado de la batalla interna me decido a abandonar el lugar. Es hora de partir, no hay más bandas, sólo música embasada y no muy buena. Camino por las calles oscuras entre personajes vampirescos incapaces de encontrar durante el día, una fauna nocturna exclusiva. No tengo las llaves y aún no siento las ganas de retornar a donde escapé hace unas horas por enésima vez. Sería una buena idea fingir un poco de humildad y agachar cabeza, teñirla de conformidad y pedir disculpas. Golpear la puerta reconociendo el rostro de quien me recibe guardando los últimos recelos de una discusión interrumpida. Es eso o pasar el resto de la noche en el banco de una plaza. O suplicar que una abducción me borre de esta dimensión y que un plato volador me lleve muy lejos. Pero nada. Y allí quedo, frente a la puerta de mi casa, dejando atrás todo, olvidando una noche llena de fantasmas intermitentes, sin decidirme muy bien cómo actuar.

Comentarios

Baradit dijo…
Valparaíso, años 80, no es soda stereo lo que suena en nuestras cabezas, ahí gobierna una sopa radioactiva hecha de jellos biafra, tomes arayas y joes strummers. No había internet y las comunicaciones con él mundo estaban "algo" obstruidas. Todo era intuición y fotocopias borrosas. Belial le presta el bajo a Trato Bestial, y Trato Bestial le presta la batería a los 8 bolas.

Tus mismas calles, tus mismos antros, el mismo olor a meado en las escalas. Solo que en el anonimato de hace 20 años, cuando patear piedras era como botar árboles en una isla desierta.

un abrazo.
Gabriel Mérida dijo…
gracias por el comment. tengo ganas de leer esa cronica, pero lo haré dp. saludos

G
Anónimo dijo…
buen cuento...........Valpo y su oscuridad..
Anónimo dijo…
Estoy enferma así que leo y leo. Y te leo, claro está. Leo en el compu y, además del resfrío, seguro quedo ciega en un par de horas más.

Puedo imaginar el nivel etílico para haber llamado a tu ex novia. Graciosos detalles.

Y nunca termino de re-amar el rock...mi relación es extraña, casi adolescente, pero siempre está ahí...y me gusta.


AH! lo olvidaba: mil veces Mike Patton.

Besos y más besos de vuelta.
Daniel Hidalgo dijo…
Amigos, en honor a la verdad: este post es un cuento. Es (casi) pura ficción.

Sólo eso.
Anónimo dijo…
Y PENSAR KE LAS HISTORIAS DE REPELENCIA CRUDA SON LAS MAS COMUNES
EA TRATO BESTIAL!

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