Para qué decir te amo (fragmento 2)

Revisando la papelera de reciclaje: sigo con los fragmentos de no sólo mi primer intento de novela sino que de escritura "seria" -hace cinco o seis años atrás- o por lo menos con cierta metodología de fondo.
Felices fiestas a todos.


Descubrí bruscamente lo que era el sexo. Pasó a ser parte de mi vida conciente, mejor dicho, porque el sexo siempre está ahí, lamentable o favorablemente, quién sabe. Y no es que haya leído mucho a Freud pero así es.
Debe haber sido quinto básico. Recuerdo sí, claramente, que estábamos preparando una presentación. Estábamos todo el curso arreglándonos para realizar una performance inspirada en el poema Caupolicán de Rubén Darío. La idea del profesor era simple: todos éramos mapuches –idea bastante paradójica si tomamos en cuenta que en el Colegio Federico Errázuriz Echaurren éramos extraños los alumnos que no teníamos apellidos alemanes o cabello rubio–, ayudados por la indumentaria que para el común de los estudiantes era un taparrabo, cara pintada y un palo que simularía una lanza. Sin embargo no era así para mí. Yo no salí con taparrabo, yo me puse un poncho negro. Fue por la época en que engordé y la posibilidad de mostrar mi grasoso cuerpo en aumento me horrorizaba, sobre todo si iba a ser ante una cantidad considerable de personas, como era el caso. No fui el único con poncho, Carlos Méndez también llevó el suyo, era café. Carlos Méndez era mucho más gordo que yo, fue él quien impidió que fuera yo el guatón del curso. Yo era «El Gutiérrez», Carlos Méndez era «El Guatón». Continúo con la idea: todos éramos mapuches, entrábamos golpeando las supuestas lanzas contra el suelo, todos al unísono, al compás rítmico de los kultrunes. Luego nos ubicábamos a lo ancho del escenario y recitaba, cada uno, un fragmento del poema. Aún recuerdo mi parte:
«Caupolicán, de Rubén Darío, Nicaragüense».
Esa era mi línea.
Sabía que no era parte del poema del niño-símbolo del modernismo, pero para mí era lo más importante, era la presentación. Sin mí, sin esas líneas, la declamación del poema no podía empezar, y si lo hacía, sin mí, habría perdido todo sentido. Nuevamente me sentí, de alguna u otra forma, el centro de atención. Otra razón más para evitar que se viera mi enorme panza de niño frente al público. Con qué pasión pronunciaría esas líneas, qué movimiento de brazos, que fuerza emanaría de mí, me robaría la película sin duda.
Estábamos en una sala, todos desvistiéndose y preparándose para realizar el acto del quinto básico, yo estaba algo incómodo, me costaba demasiado desvestirme ahí, delante de todos, tan susceptible a la vista de cualquiera que quisiera burlarse de mi gordura. Para más remate se había metido la mamá de uno de los compañeros. Nunca falta la mamá colaboradora, aquella que no se pierde una, que siempre está atenta a las actividades del curso, guiada no sé por qué frustración o carencia afectiva o sexual. No sé. Por suerte no era mi madre. Me costó mucho inventar una técnica para poder sacarme los pantalones y la camisa sin que nadie me notara, disimulando mi incomodidad. En esa sala-camarín se encontraba también Andrés Marinetti.
Sí, el mismo Andrés Marinetti. Créanlo o no.
Andrés Marinetti fue mi compañero durante la básica. Pasó por todos los rangos de relación que pueden tener los niños. Fue mi compañero, luego mi rival, mi enemigo a muerte, mi amigo por interés, mi amigo sincero, mi iniciador en distintas artes de la adolescencia, mi ejemplo, mi alter ego, mi ídolo. Su historia es bastante conocida, ha sido manoseada y vendida por él a todos los medios de comunicación habidos y por haber en Chile. Proveniente de una familia clase-media de situación inestable –como varias de las familias del colegio Federico Errázuriz Echaurren–, un niño hiperactivo payaso-de-la-clase, y un adolescente rebelde e insoportable, que al salir del colegio y ante la peor crisis familiar se vio sin saber qué hacer con su vida. No encontró nada mejor que dejarse tentar por un anuncio que vio pegado en una pared sucia y santiaguina en una noche de borrachera. No lo pensó demasiado. Me superaba con creces en la necesidad de llamar la atención todo el tiempo, así es que aquel aviso pegado en la pared le revelaba el destino que siempre estuvo esperando y que a pesar de todo sabía que algún día llegaría. Partió a su casa ubicada en Ñuñoa, la casa que sus padres estaban a punto de vender, llegó a su dormitorio sin pronunciar el menor sonido, hizo su maleta negra de interior rojo y fondo falso y partió, sin despedirse de nadie y con la seguridad de un campeón mundial de box, a la convocatoria masiva que realizaba Chile TV.
Luego de una semana de espera el teléfono sonó. «Quedé, Mamá, quedé» le dijo a su madre que no comprendió para nada de qué hablaba su hijo y no pudo abrazarlo porque hace mucho tiempo que había dejado de quererlo. Un mes después Chile TV lanzaba su megaproducción, su macroproyecto, y su récord de sintonía histórico e irrepetible de la televisión latinoamericana, su superexitoso y ya olvidado primer reality show extremo de la televisión chilena. Así fue como Andrés Marinetti, con quien yo había perdido contacto hace mucho tiempo, se convirtió en superestrella, el Truman Show chileno lo lanzó a la fama absoluta. Su reality show estaba compuesto además por otras personas−personajes que poco importaban porque el único e indiscutible centro de atención era Andrés Marinetti, llegando al punto de reducir a la mínima expresión al resto del elenco. Durante un año Andrés Marinetti estuvo de lunes a domingo en las pantallas de televisión, en las portadas de los periódicos, en la publicidad, en todos lados. Debo reconocer que seguí religiosamente toda su fugaz trayectoria, que no me perdí ningún capítulo de su reality. Incluso volví a soñar con el Andrés Marinetti de los tiempos del colegio y me conversaba en los sueños, me hablaba sobre el éxito, sobre el fracaso, sobre la importancia del tamaño del pene, y sobre cómo gritaban las mujeres cuando les hacías el amor… Todo Chile estaba pendiente de la vida de Andrés Marinetti, a qué hora se duchaba, si había comido porotos o papas fritas, cuántas veces en la semana había llorado en la soledad de su televisado cuarto, si se había tirado o no a la novia de turno, cuándo fue la última vez que se afeitó la zona genital. Así la vida de Andrés Marinetti se transformó en un reality show, que más que reality show era un sureality show. Su vida se llenó de cámaras espías que lo filmaban todo el tiempo, escondidas, ubicadas en los lugares más insólitos y haciendo los zoom-in y zoom-out más indiscretos. Así despertó aún más el Chile Voyeur que se dejaba reconocer cada tres o cuatro años, ya sea con una casa de vidrio instalada en el centro de la capital o con un reality show, daba lo mismo. Andrés Marinetti debía perder contacto externo, vivió en un set de televisión durante ese año que duró el programa, sin tener noticia alguna, ni de su superéxito, ni de la muerte de una prima lejana, ni de los rumores de su sexualidad, ni de su adelantada candidatura a la alcaldía de Valparaíso lanzada por Renovación Nacional, único impedimento para que yo votara por él. Nada de noticias, nada de contacto familiar, nada de realidad real, encerrado las veinticuatro horas, durante trescientos sesenticuatro días, en un claustro televisivo.
Muchas veces fantaseé con llamarlo cuando saliera del reality, volver a telefonear a su casa de Santiago. Saludarlo, Andrés, soy yo… Camilo, del Errázuriz Echaurren. Tanto Tiempo. Y volver a escuchar su voz. Sin mencionar el reality show, ni su fama. Pensé, incluso, que si me lograba comunicar con él, venciendo todos los pudores que me impedían hacerlo, inventaría que viví en el extranjero, en Caracas, los últimos años, así desconocería su fama y podríamos hablar como los buenos amigos que éramos.
Chile TV se salvó de la quiebra gracias a Andrés Marinetti. El Reality de Andrés Marinetti superó con creces a cualquier reality show, incluyendo al primer reality show de la televisión chilena, que contó con su propio superpersonaje. Dicen que el éxito del show era cincuenta por ciento debido a su condición de reality show extremo, gracias a la cual podíamos ver a Andrés Marinetti tirando con Laura, en una cama enorme, o con Ester en el baño, después de enjabonarse juntos en las duchas, o con Silvia en el set que simulaba ser una terraza. Era obvio que la parte extrema del reality era más que nada relacionada con sexo. Bueno, también estuvo aquel momento extremo en que una pantera atacó imprevistamente a Andrés Marinetti, o cuando su compañero de cuarto fue picado por una araña de rincón, con el único fin de sacarlo del programa porque ese personaje bajaba catastróficamente el rating. El otro cincuenta por ciento se debía a la figura de Andrés Marinetti, a cómo se veía, a su lúdica personalidad. Así llegó el último día del programa, con Chile paralizado para verlo. Chile TV había realizado el mayor logro de la cultura popular. De hecho pensó en cambiarse el nombre: de Chile TV a Marinetti TV, pero prefirieron no hacerlo, porque las siglas están de moda y la suya sería MTV, y no querían tener problemas de patente con nadie, menos con la CIA que ya tanto había hecho en nuestro país. El programa terminó y Andrés Marinetti tuvo una agenda copada, llena de compromisos, y le ofrecieron contratos y programas millonarios, pero nada resultó. Ninguno de sus proyectos duraba más de un mes. La gente no quería ver a un Andrés Marinetti tan real, tan persona. Así es como todo el mundo se dio cuenta de que Andrés Marinetti no tenía ningún valor dentro de nuestra realidad real, lo había perdido. Él se había transformado en un personaje, había abandonado su vida real y sólo era entretenido como participante de un reality, y eso ya había terminado. Andrés Marinetti volvió a ser un anónimo y desapareció. Creo que intentó quitarse la vida. No sé. La cosa es que ya nadie lo recuerda.
Un Andrés Marinetti bastante más niño y absolutamente menos famoso fue quien tomó la tiza con sus manos, en aquella sala que nos servía de vestíbulo, mientras nos preparábamos para nuestra presentación. Tiró unas líneas en el pizarrón negro y viejo que estaba en esa sala. Y dijo un tanto en broma y un tanto creyéndose superior por revelarnos algo que desconocíamos, pero que nunca reconoceríamos desconocer hasta entonces, que eso que había dibujado era una cacha. Es más, explicitó un tanto.
–Éste es el pene… y se mete en la vagina– y rió.
Yo quedé impactado, aunque mis otros compañeros ya sospechaban algo y yo por esos años ya había sorprendido a mis padres demasiadas veces en el acto, nunca me había imaginado que la cacha implicara penetración. ¿Duele eso? Me preguntaba, y cómo era eso de meter nuestro pequeño amigo dentro de algo tan feo como esa cosa que tienen las mujeres. ¿Acaso no mean por ahí? Tampoco tenía idea que nuestro pequeño amigo se volvía tan horrible con los años. Me dio pánico, para ser sincero, y prometí que nunca tendría sexo, ni cachas, porque no quería tener hijos. Sólo así me tranquilicé un poco y salí a escena. Y fui el mejor. Mis otros compañeros, la mayoría, se quedaron en blanco en medio del escenario. Yo me robé la película y los aplausos, pero la idea del sexo había empañado mi inocencia como una mancha de sangre en una sábana blanca.

Comentarios

Anónimo dijo…
Está buena la historia, voy a escarbar en tus post anteriores porque me perdí del primer fragmento.

Saludos, y Feliz 2008

Daniel Cardona
ADO dijo…
Daniel:

En lo del solista que es despreciado, te comprendo (no había pensado en el caso de Jano Soto, quien, creo, es como una isla en lo que respecta a la música chilena de los 90). Pero Leo Quinteros padece del mismo mal (poco respeto porque anda solo) y eso que es una de las cosas más interesantes que he escuchado en años.

Y bueno, hombre, un agrado los coments (por su puesto que no me molestan que sean largos, al contrario).

Saludos.
Anónimo dijo…
Feliz año señor, espero que sea un gran 2008..

saludos desde acá :P

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