
Comparo las mañanas de fin de semana con esas canciones grandiosas perdidas en discos malísimos, en esos en los que cuando estás a punto de parar el reproductor creyendo que ya nada en esa grabación te sorprenderá aparecen como rosas en medio del desierto. Y punch, todo cambia y por sólo esa canción amas a esa banda y te rindes a sus pies. Me ha pasado un par de veces y escucho el disco canción por canción para que su llegada me vuelva a poner los pelos de punta. Y es que la vida es eso, un disco que aburre pero que escuchas ansioso por encontrar aquella canción que le dará sentido a lo que te rodea. Y así vivo, buscando canciones, recopilándolas, escuchándolas en repeat. Pienso en esa canción que estoy escuchando, pienso en este fin de semana, en este día, y deseo con toda mi humanidad que no termine jamás. Pero, pese a todo, miro un par de veces el reloj sobre el velador. Ella fuma un cigarro, escondiendo su desnudez con las sábanas aún humedecidas. No quiero delatar mis miradas y finjo perderlas en un rincón de la habitación. Luego se interrumpe el silencio. Y es ella la culpable.
−¿Y a qué te dedicas?
−Trabajo. ...Una disquería. Mi disquería.
−¿En serio? Debe ser bacán.
−A veces… la mayor parte del tiempo es demasiado desagradable. Las cuentas, hacer calzar los números: eso es muy complicado. Es el gran problema de vender cosas muy pequeñas. Los cedés son demasiado pequeños.
−¿Eres de los que se quejan todo el tiempo por la pérdida de los vinilos?
−No… para nada. Soy un agradecido de la tecnología. Y un fanático de la música, no me importan esos detalles tan absurdos. Además no entiendo cómo personas que se dicen amantes de la música defienden ese formato tan primitivo: sonaba horrible, muy mala calidad, de los reproductores y de los discos. Esos románticos no son más que fetichistas sin el menor gusto. Pero ya. Mejor dime ¿a qué te dedicas tú?
−A lo que no me dedico es a traerme desconocidos a la cama. Obvio, no me crees.
−Te creo. Yo tampoco practico esto muy a menudo.
−Pero bueno, a lo que sí me dedico es a estudiar: estoy a punto de egresar de Educación Parvularia.
−¿Sí? Me lo debí imaginar. Tu ropa interior te delata.
−¿Lo dices por mis calzones de Garfield? Los compré en una tienda.
−¿Hay otro indicio?
−No lo sé.
−No… no creo que haya otro. Bueno, a simple vista eres dulce.
−Soy un empolvadito.
−Sí. Puede ser.
−¿Te quedas a desayunar?
−¿No debería haberme ido hace rato? ¿No es esa la esencia de estas historias improvisadas? Me confieso un inexperto absoluto.
−¡Ay! Te lo pregunto de otra forma: ¿quieres quedarte a desayunar?
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