Superación


No te sienta bien la barba, le habían dicho en la oficina. Siempre fingió no darle importancia a los comentarios que se hacían en torno a su figura, así que para no romper aquella tradición, simuló no escuchar palabra alguna y seguir tipeando la palabra tercermundista en la computadora.

Un día normal en la oficina, pero uno demasiado extraño en su cabeza. No lograba dar con la concentración que le caracterizaba, con el desempeño total y las ganas de ser el mejor aunque ninguno de sus compañeros lo reconocería jamás. Se tomó seis tazas de café a lo largo de la jornada. Incluso recurrió a las gracias divinas del humo del cigarrillo en una oportunidad, luego de ocho años de rechazo y resentimiento por el tabaco.

Para las ocho de la noche ya estaba en su departamento. Encendió la radio y partió al baño a mirarse frente al espejo. Realmente la barba le daba un toque darkie que contradecía cualquier periodo anterior de su vida, al menos a los ojos de los demás. Posando sus manos sobre el lavabo miró fijamente sus ojos. Pupilas dilatadas, córneas rojizas y ojeras musulmanas. Dejó rendirse frente al vacío por primera vez, soltó algunas lágrimas y terminó vomitando puro café en el excusado. Al salir del baño, los trozos del vidrio del espejo se encontraban esparcidos por sobre las baldosas y el lavabo se encontraba destrozado.

Tomó asiento en su sofá, en medio del living del departamento, y comenzó a beber de un whisky que le habían obsequiado hace tres años. Se tomaba la cabeza cada cierto tiempo, sentía su cabello grasiento. Sus anteojos cuadrados y enormes le pesaban como nunca. Se los sacó y los arrojó contra la pared.

Las cosas no le estaban saliendo bien.

Lois se había marchado hace tres semanas y no iba a regresar. Había escapado como corresponde a una buena mujer: sin dar la cara y sin previo aviso.

Pese a todo, él sabía dónde se encontraba ella. Sabía en qué estaba y en qué lugar estaba viviendo la única mujer a la que creyó amar en toda su vida y con la que alcanzó a vivir cuatro años de matrimonio. Incluso, y lo más doloroso del asunto, es que sabía también con quién Lois pasaba las noches.

¿Cómo pudiste pagarme tan mal si yo te lo di todo? Preguntó en voz alta, arrugando la frente y enrojeciendo sus mejillas, conteniendo la pena y la rabia de aquellos que pierden la ilusión. Sin darse cuenta, rompió en mil partes los cristales del vaso lleno de whisky que se encontraba entre sus dedos. Miró hacia la mesa. Allí esperaba el polvo blanco, su cédula de identidad y una bombilla lista para ser utilizada. Aspiro. Volvió a hacerlo.

Se dirigió hacia un costado de la puerta, tomó su abrigo y su sombrero y salió del departamento que ahora más parecía una patética fortaleza de la soledad.

Ven papi, ¿quieres que nos demos un revolcón? Por un trabajito oral tengo precios especiales esta noche, le dijo una mujer latina, de unos veinte años, cabello enérgicamente rizado y teñido de platino, y unas caderas que la convertían en un volcán a punto de hacer erupción más que en una mujer. Pero a él no le gustaban las latinas, siempre detestó a los latinos, y a los negros y a los italianos. Disfrutó cada vez que tuvo que castigar a una de estas razas menores y bastardas. Él tampoco pertenecía originalmente a este país, pero admiraba tanto sus valores y estaba tan agradecido de todo lo que América le brindó que se sentía como el norteamericano ejemplar, como un líder a la hora de enderezar la nación. Es por esta razón, también, que jamás toleró a aquellos que llegando a este país no sacaron el provecho necesario, y hayan pagado tan mal, convirtiéndose en la peor de las escorias.

Se fijó en una caucásica absoluta, alta, rubia de ojos azules, delgadísima y con rasgos que hacían dudar de su mayoría de edad. Sube al auto le dijo, ella sonrío.

Llegaron a la habitación pasada la media noche, ella se sentó sobre la cama y comenzó a quitarse las medias lentamente. Él se servía la octava copa de Coca Cola con quién sabe qué. Ya daba lo mismo. ¿Te he visto en la televisión, cierto? pregunta la mujer que resultó llamarse Odalis. No lo sé, si no lo sabes tú… le responde él con una mirada petulante. Eres el periodista del Daily Planet, ya lo sé, insiste la joven. Soy Clark Kent, el mejor periodista nacional y sí, trabajo en el Daily Planet y a veces me invitan a programas de televisión a hacer análisis de política internacional, le responde Clark con una sonrisa de satisfacción. Además también me visto de Superman y salgo a salvar al mundo cada vez que éste lo necesita. Estallan los dos en carcajadas.

Clark se acerca a la mujer y le rompe la ropa interior, se arrodilla en el suelo, a un costado de la cama y le abre las piernas y la acomoda hasta dejar su lengua penetrando su vagina, succionando y mojando cada parte de su entrepierna. Odalis se queja, ríe, suelta orgasmos como si fueran rancheras transmitidas por una radioemisora chicana, uno tras otro. Clark vuelve a tomar sus piernas y la voltea dejándola con las piernas en el suelo y enseñando el culo como un plato listo para servirse, se limpia la boca y la barba húmeda y gelatinosa con la manga y la penetra con su super verga bruscamente. Odalis suelta un grito de espanto.

No hay culpa.

No hay ningún sentimiento.

Todo es tan vacío sin Lois.

Clark Kent llega a su departamento a las tres y media de la madrugada. Está fumando, su ropa está llena de barro y tierra. Tiene sangre entre las uñas. Busca algo de alcohol entre su reserva. No hay nada. Sale al balcón. Mira a Metrópolis desde las alturas. Una ciudad colapsada. Llena de luces y al fondo, el edificio del Daily Planet. Su trabajo. Lugar donde conoció a Lois y al que Lois renunció el mismo día que decidió abandonarlo.

¿Por qué me has hecho esto Lois?

Comentarios

ComandanteOso dijo…
SuperAmerican Psycho
...entienden?
...SI?
(es que tengo sueño)

P.D. Batman, Superman...ahora faltan los demás!
Wonder Woman, Flash, Martian Manhunter, Green Lantern...en sus versiones Hidalgicas (o hidalgisticas?)

Seguidores