Reseña de Faith No More en paniko.cl

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Faith No More: El final de un mito

Más o menos imaginábamos cómo iba a ser. Faith No More bajó el telón en Chile, este país lejano que los idolatró como verdaderos monstruos de rock. Se pasearon un día antes por la Teletón, dejándonos otro de esos momentos insignes y mutantes a los que nos tienen acostumbrados y, como si no bastara, nos trajeron a Primus. Esto que sigue es otra crónica emotiva que pretende rendir culto a la banda que más nos ha querido en la historia, nuestros verdaderos héroes del bicentenario.





Son las 21:22 horas y Faith No More ya está sobre el escenario del Estadio Bicentenario de La Florida, vestidos de gala y blanco perfecto. La jornada ha sido extensa y agotadora, porque los californianos han querido que su despedida sea en grande, invitando a sus bandas favoritas a cerrar, junto a ellos, la puerta por fuera. Como era de sospechar, su actitud es similar a la que deben tener ciertos atletas campeones del mundo a minutos de que se les entregue su medalla. Y así, partieron a la inversa de las estrellitas de rock predecibles, que tocan su mega hit de radio al cierre, para impacientar a su público y dejarlos con la sensación de que, pese a todo, fue un buen show. Faith No More no. Ellos abren con Epic, y comienza a ser una especie de imán poderoso para las decenas de fanáticos que burlaron los aceros y gorilas amaestrados que resguardaban la cancha vip, impregnándola de camisetas sudorosas y olor a cerveza, y quienes no dejan de aplastar todo con tal de llegar lo más próximo al escenario. El espacio se vuelve sofocante y la gente no deja de agolparse una a otra, como si la voz de Patton fuera una especie de soplido de Hamelin arrebatado. Todos saltan y escupen un inglés tan chapurreado como herido y cansado, en medio de los bronces semi wagnerianos simulados por el teclado de Roddy Bottum.

Era de esperarse en todo caso. Ya algo similar se había vivido en el mismo recinto con Rage Against the Machine. Porque esto es rock and roll y no un cóctel para que compartan las personas lindas, como esas fiestas del barrio alto, en donde todo lo feo está lejos. Acá todos escuchamos y cantamos con la misma pasión. No hay clases. No hay edades. Pasarse a la cancha vip, ya sea de la cancha general o de las galerías, es sobre todo una acción ética.

Antes, cuando todo estaba -un poco- más tranquilo, había sido el turno de Primus. Y es necesario referirse a ellos para entenderlo todo. Porque la unión de estas dos bandas sobre un mismo escenario fue un sueño que, tal como la infancia que los produjo, había quedado atrás para muchos de los presentes en este coliseo. Porque ver a Primus y Faith No More sobre el mismo escenario es como tirar con Kirsten Dunst y Scarlett Johansson la misma noche. Fue sorpresivo lo de Primus. Porque ese comando liderado por el virtuoso Les Claypool en las voces nasales y el bajo, que hace sonar como si fueran cinco o seis bajos, y completado por Larry LaLonde en guitarras y Jay Lane en baterías, quienes, aunque menos protagónicos, son igual de magistrales, quedó corto. Lo hicieron todo, más que un concierto, una clínica. O una lección de cómo masacrar a las masas siendo sólo un trío. Ahí estaban un par de clásicos del Sailing the Seas of Cheese y del Brown Album e incluso alguno del ochentero y precario Frizzle Fry (Pudding Time, a la apertura), pero poco, muy poco, ¿nada? de eso que podríamos llamar dispositivos de explosión emotiva instantánea o hits. Pasó por ahí My Name is Mud (único tema del Pork Soda, quizá el disco más querido por estos lados) rebautizado hace algunos días como Me Llamo Mud y que conservó el español al menos al inicio, siendo el único punto alto del repertorio. Pasaron los cambios de bajo de Claypool, del eléctrico al contrabajo y al bajo acústico, después. La máscara de cerdo y todo. Pero justo cuando creíamos que la banda iba a explotar (o hacernos explotar a nosotros) a punta de Wynona’s Big Brown Beaver, Tommy the Cat, Jerry Was a Race Car Driver o Shake Hands with Beef, se retiran. Esperando el encore, los astronautas que adornaban el escenario, se desinflaron y el backline fue desmontado rápidamente, y nos dimos cuenta de que habíamos despertado en la mitad del sueño. Fue triste. Se entiende que Primus nunca estuvo al servicio de las expectativas de nadie, siempre fue una banda rara –rarísima– que disfrutaba más de cantarle a los borrachos del campo que a los festivales masivos de los noventas. 16, 17 o 18 años esperamos a Primus. Vinieron. Fueron Primus, pero nos dejaron con gusto a muy poco, sin los temas que pasaban a las 2 am por MTV hace unos buenos años. ¿Repertorio antojadizo? ¿Los cortó la producción? Ni idea, pero se perdonan tal como perdonamos a nuestros padres tras un castigo cuando niños.

Volvemos a Faith No More y ya han pasado un puñado de temas, todos exclusivamente del Angel Dust, tan venerado por estas tierras: fue el disco que lanzaron tras su paso por el Festival de Viña del Mar el 91. Pero ahora Patton homenajea a Michael Jackson, con esos homenajes que son tan cercanos al sacrilegio, marca registrada de la banda y que incluso acá han sido imitados por grupos como Chancho en Piedra, a quienes se logra ver entre los asistentes. Y así, Patton canta Ben. A veces usando toda su prepotencia vocal, y otras rozando el oído con un falsete agudísimo. Y sonríe y las chicas le grita “rico” o “te amo” y uno recuerda que a las chicas les gusta Mike y que ven en toda su locura y desenfreno un sex symbol atrofiado. O un genio. Aunque eso lo vemos todos.

El Festival de Viña del Mar. Hace 19 años. Fue cuando el mito tomó forma. Que los trajeron por petición del hijo del alcalde. Que Patton se enamoró perdidamente de Myriam Hernández. Que le palmoteó las nalgas a Vodanovic. Que se fue toda la gente asustada y la Quinta Vergara quedó llena de chascones de polera negra. Que Pera Cuadra salió unos segundos en la televisión, desde el público, sacando la lengua y haciendo los cachitos con ambas manos, cuando aún no era Pera Cuadra. Que grabaron el video de Surprise you’re Dead en la Calle Valparaíso y que sale una limosnera famosa y Alberto Fuguet, el joven periodista y escritor que usó Falling to Pieces como epígrafe en su novela más reconocida y que sostendrá una amistad muy cercana con Mike Patton hasta el día de hoy. De ahí en adelante, todo lo relacionado con Faith No More y Chile siempre será extremo. Cuando vuelven en el 95 al Monster of Rock son bañados a escupos durante todo el show y ellos intactos, disfrutando del salvajismo tercermundista. Que un antiguo guitarrista (Jim Martin) tiene un tío carnicero que vive en Santiago. Que a Billy Gould le gusta la banda chilena de jazz fusión Fulano –confirmadísimo, ¿no?–. Que a Bottum le gustó La Nana y pensó que era una película mexicana. Pero todo se vino acrecentando, desde hace algún tiempo, con las redes sociales y la viralización. En Youtube aparecieron las presentaciones del grupo en Chile y es todo tan impresionante y épico, que una nueva tropa de chicos -que está presente esta noche, pero que ni remotamente era conciente para las fechas- se vuelve loca y los adopta como una banda de culto masivo. Tal como los Stones o los Ramones para Argentina. Faith No More es parte de una historia propia y secreta para una generación a la que le dijeron que la democracia estaba a la vuelta de la esquina, pero que sólo conoció los límites a través de las cosas que Patton profesaba como religión: la ruptura absoluta de todas la convenciones y normas, como beber orinas y cagar en el escenario, hacer rock duro en pleno auge del pop de niñas, pasarse del avant garde a las giras mundiales y volver a los espacios chicos, pelearse a muerte con otras estrellas como los Red Hot Chili Peppers, querer tocar en la Teletón, como ayer, con el único fin de decirle Don Corleone a Mario Kreutzberger en sus narices. ¿Deberían existir más razones para entender por qué Faith No More es tan importante en Chile y por qué no hacer tres conciertos de su gira reunited, además de tocar por última vez en nuestro país habría sido un pecado imperdonable?

El repertorio ha ido variando, y a Angel Dust se le suman temas del King for a Day, Fool for a Lifetime. Es un respertorio muy bien pensado, como si alguien les hubiera soplado qué discos tocar en este país frío. Además lleno de citas, FNM como una banda borgiana. Referencias a Stevie Wonder en Midlife Crisis, y a sus numerosos pasos por Chile: el “taquilleros locos” de la Quinta Vergara, y un par de tallas a Don Francisco, recordando el episodio de la noche anterior: “Yo soy Don Francisco y cuando digo cantas, tú cantas”. Y hablando de citas y referencias a la Teletón, el momento emotivo e infaltable para bien o mal de cada concierto internacional: el cover de Violeta Parra, que esta vez se trata de Qué He Sacado con Quererte y no de Gracias a la Vida –¡aleluya!–, y el tema suena oscuro, incluso más que la versión original y es como si FNM lo entendiera perfectamente, incluso más que nosotros. Estalla una ovación conmovedora.

Patton y Bottum son los maestros de ceremonia. Tiran tallas sin parar. Es un freak show. Incluso se complementan: Bottum, tras las teclas, es tierno e incluso ingenuo al interactuar con el público, Patton es de una ironía total. Mike Bordin en la batería histórica, así como Billy Gould al bajo, parecieran ser los directores, quienes mantienen el orden, la guitarra de Jon Hudson dispara cuando se le ordena.

Anuncian la última canción pero todos exigimos más. Just a Man parece ser la perfecta para rememorar el Monsters of Rock y Patton pide a los espectadores que le escupan, se extraña de que hayan perdido su puntería y les llama viejos. De ahí los escupitajos no frenan. Faith No More se va.

Pero vuelve y toca esa enorme y magistral Zombie Eaters, y las chicas vuelven a caer rendidas. Con We Care a Lot, primer single de la banda y que Mike Patton ha sabido adoptar a tal punto que no pareciera que no fue él quién la grabó originalmente sino el antiguo vocalista negro Chuck Mosley, la banda se vuelve a retirar.

Salen otra vez, ellos se ven felices y hacen bromas. Piden al público que se retire, pero todos entienden que Faith No More no tiene ninguna gana de abandonar el escenario, en el que ya llueve de todo, a los escupos se le suman jockeys, poleras, flores, banderas, nuestra alegría y agradecimiento. Suena Easy, el tema que la banda jamás le devolvió a The Commodores. Ese viejo chiste que sirvió de excusa para sonar en las radios y hacer giras por el mundo hasta aburrirse. El Bicentenario de la Florida canta eufórico. La sigue Digging the Grave y pareciera ser la última chance de empujarse y cabecear al ritmo de los legendarios Faith No More, tocando frente a ti. Es la última vez, después de esto sí que se acaba para siempre. Este es el fin de la espera, acá el mito se vuelve realidad.

Se van.

Salen una última vez. Estamos todos en shock. Y Patton anuncia que ésta sí que será la última canción que tocará con la banda en la vida. Y dice que es un cover. Y así es como todo se tiñe de soul porque el tema con el que cierran es la tremenda Kiss and Say Goodbye de The Manhattans. Y Patton se luce. Y nos recuerda que es el Sinatra de la música experimental. Y en su interpretación vuelve el homenaje-parodia a la música negra. Y es tanto que pareciera que quisiera hacerle el amor a cada uno de los del público, y se lanza al suelo, y después a la gente y se extravía entre ellos unos buenos minutos, mientras la banda se retira uno a uno. Se pierde el micrófono con el que canta pero luego aparece. Y aparece él también, con la camisa destrozada y el pecho rojizo, lleno de rasguños. Y juega. Y se hace el agresivo con quienes le intentan tocar. Y se sube sobre la masa y termina la canción con su voz. La voz. Vuelve a perder el micrófono y se lanza ahora sí, sobre las cabezas extasiadas, y se pierde mucho rato. Y al final, llega sin camisa al escenario de vuelta. Y ahora sí, el show ha terminado.

Comentarios

Anónimo dijo…
Hola, muy interesante el post, saludos desde Mexico!

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