Cruz-Coke y la cultura en vitrina

El paso de los Carnavales Culturales al Festival de las Artes, resultó todo lo esperable que podía ser: un espectáculo urbano aburrido y con bajo poder de convocatoria, pero que sin embargo instala todo lo que el Ministro Cruz-Coke y el gobierno entienden por cultura: un privilegio para pocos.

Recuerdo que para el cierre del último Carnaval Cultural, como de costumbre tras ver el espectáculo me dirigí, junto a mi novia, hermana y amigos, a la subida Cumming a beber cerveza en la calle mientras toda la “contracultura” trataba de lucirse tocando tambores, bailando, embriagándose, mendigando. En algún momento, cerca de las 4 am, apareció una decena de muchachos encapuchados que empezaron a grafitear cuanto muro encontraran en los alrededores de Plaza Anibal Pinto con consignas como “Kontra el Kapital”, “Vota Nulo” y cosas por el estilo.

Al mismo tiempo, a un poco inteligente joven –por no decir tarado– se le ocurrió ocupar un aerosol con un encendedor y empezar a disparar fuego al aire, el tipo estaba borrachísimo y sus amigos le celebraban la estupidez. Y, como si fuera poco, frente a nosotros, una centena de chicos habían decidido tomarse una galería recién instalada para formar algo así como la orquesta ciudadana improvisada más grande del mundo, lo cual estaba bien, tocaban sus instrumentos, pero de pronto empezaron a saltar y observábamos desde un costado cómo la galería de metal se movía de un lado a otro a punto de desbordarse. Sentí temor y, claro, contra todo lo que pensé siempre, sentí que era necesario que Carabineros estuviera cerca. Pero los de verde no estaban por ninguna parte. No aparecieron en toda la noche y sólo vimos una patrulla cuando nos largábamos a unas 10 cuadras del lugar, estaban estacionados, durmiendo uno el otro sujetándose la cabeza. Semanas más tarde un amigo se reiría cuando le comentaría “viejo, viví la anarquía por dos horas y no me gustó”.

Es por esto que fue tan rápido como esperable, el Ministro de Cultura Luciano Cruz-Coke, a su manera ominosa e individualista, decidió borrar los Carnavales Culturales de sopetón para instalar un nuevo concepto para celebrar la cultura pública: El Festival de las Artes de Valparaíso. Estaba claro que dentro de todo lo criticable de los Carnavales –saldar deudas políticas con los artistas amaestrados por la oficialidad, destrozos de la ciudad, vandalismo, el terror de los vecinos residentes de Valparaíso–, había que reconocerle algo: poder de convocatoria. Lo que terminó haciendo del evento el caballito de batalla concertacionista y por ende el acto simbólico a eliminar cuanto antes.

Puede parecer menor pero la cultura es un tema primordial en la conformación de un imaginario gubernamental. Lo que buscamos como país, qué pensamos de nosotros, qué entendemos por comunidad. Todo se ve reflejado en aquella manoseada palabra de la cual la Concertación supo hacer su fuerte y el nuevo gobierno aún maneja con desconocimiento e incomodidad.

Porque con todo lo cuestionable –por el nivel de daño, que al final es peor que el descontrol– de los Carnavales, había que hacer trabajo ahí. Pero claro, el cambio de gobierno terminó dejando a uno de sus buenos representantes en cuanto a su actuar de patrón de fundo, a la cabeza del ministerio. Cruz-Coke entiende la cultura de otra forma. Para él la cultura es la de salón, la siútica, la alta cultura, y los demás artistas son todos unos piojentos sociopáticos. Es por eso que el Festival de las Artes es un espectáculo de elite, para unos pocos, en donde predominan los eventos brevísimos, para evitar cualquier desastre de masas, controlados, aburridos y de muy baja convocatoria. Canto lírico, obras sinfónicas, obras de teatro culto, show de luces imitando el que hace poco se hizo en Santiago para el bicentenario. Más encima la temática central es homenajear al más extranjero de los artistas chilenos: Roberto Matta. ¿Qué arraigo tiene Matta en la identidad popular chilena? Más allá del gesto aspiracional de lograr una alta cultura europeizante, seguro ninguna.

Es curioso también el argumento que utilizó el Ministro para eliminar los Carnavales Culturales: “en Valparaíso ya hay un Carnaval de los 1000 tambores”, aludiendo a la iniciativa ciudadana que el gobierno tanto ha tratado de censurar, incluso declarando su prohibición el año pasado.

Durante 20 años el gobierno nos hizo ver la cultura como un circo callejero, hoy, el nuevo gobierno toma la cultura como una exposición en alguna salita de algún mall de barrio alto. Porque tal como la derecha ha hecho en otras áreas, acá se perdieron los pocos avances logrados, y las consecuencias parecen ser devastadoras. Más lejos que nunca se ve aquella organización soñada en que sean los propios artistas y la ciudadanía quienes administren su propia cultura.

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