Los universos de la memoria



Rituales de pendejo. Siempre dije que los comics me salvaron la vida. Que en ellos aprendí filosofía, ciencia, historia, teoría cuántica, amor, odio, justicia, inglés y cultura general. Eran ellos una enciclopedia pop, pequeña y en serie, que disfrazada de superhéroes y adolescentes, superaban a cualquier profesor del colegio, dispuesto a castigarte y humillarte. De ahí que tengo esos recuerdos, de constante peregrinación de un kiosko a otro. En busca de esos ejemplares de La Patrulla Condenada, del Escuadrón Suicida, de la Legión de Superhéroes, del Captain Atom, de Animal Man, de Booster Gold y Blue Beetle, de la Liga de la Justicia, por supuesto Superman, Batman (aunque los compraba en menor medida) y cuanta catástrofe universal/multiversal sucediera en esas páginas.


Esa odisea se iniciaba por la Calle Valparaíso de Viña, nos llegaban los comics de la editorial argentina Perfil, paralelamente a la mexicana Vid, pero también –y quizá lo más bello– los saldos de una editorial española que había quebrado unos años antes: Ediciones Zinco. Era mi fascinación. En esas revistas no solo el planeta contaba con esos superhéroes de músculos cubiertos en mallas. Sino que además hablaban otra lengua: esa españolísima que con tanto descaro –en el buen sentido– usan los españoles cuando traducen a los gringos.

Cada kiosko se convirtió en un mundo. Como eran saldos, las revistas llegaban atemporales. Cada esquina era un baúl en donde encontrabas distintos tomos o números sueltos de las colecciones que seguías. De la Calle Valparaíso, después tomaba los Poniente, y ahí seguía esa expedición en busca de aventuras. En Valparaíso, también estaban los kioskos del Terminal de Buses y el de Plaza Echaurren.

De pronto todo cambió. Y los comics desaparecieron de la calle y aparecieron en librerías y comiquerías que los vendían hasta 5 veces más caros. La expedición había sido abortada.
Me sentía ridículo hasta hace algunos meses porque si hay un sueño recurrente es uno que reconstruye ese periodo. Soñaba reiteradamente que me veía con esa perspectiva en tercera persona con la que te miras en los sueños, haciendo ese ritual de recorrer las calles, buscando comics. Preguntando a cada kioskero que se cruzaba, estudiando las posibilidades, los valores y las expectativas de entretención.

Digo soñaba, porque una de las cosas lindas del 2011 fue que he vuelto a ver los kioskos repletos de comics, colgando, uno al lado de otro. Renacen allí las leyendas de los enmascarados de mi infancia. No puedo ser más feliz por verme de nuevo como cuando pendejo, pero más aún porque sé que nuevas generaciones estarán formando esas enciclopedias pop y guardándolas, tal como yo, bajo el multiverso de las camas.


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