Reseña de Manual para robar en el supmermercado en Loqueleímos



Por G. Soto A.

Daniel Hidalgo obtuvo cierto reconocimiento por su libro Canciones punk para señoritas autodestructivas (2011), uno de cuyos cuentos, títulado “Silencio, hospital”, fue destacado en la antología de Los mejores cuentos del siglo XXI de Camilo Marks. Es decir, es un autor del que legítimamente cabe hacerse ciertas expectativas.

 –¿Qué música te gusta? –hice, finalmente, la pregunta más importante de todas. Definitivamente. (pág. 75) 

Manual para robar en el supermercado es una novela en clave realista, que transcurre en Valparaíso. Es también una canción punk, el relato furioso de una época, el de la juventud de su protagonista Manuel, los años universitarios en un Valparaíso que no es ni colorido, ni turístico, sino que maloliente y desenfrenado. En ella vemos a Manuel descifrando su vida a través de la música, midiendo su existencia juvenil como si sus bandas favoritas fueran su religión o bandera, como si el último disco de Weezer interpretara mejor que él mismo sus emociones, sus altibajos. La novela está relatada en primera persona, teñida por el lenguaje juvenil del protagonista. Empieza por su final, para luego hacer una vuelta larga que nos deja en el mismo punto. Como tal, es claramente una novela de aprendizaje, una donde Manuel conoce a una chica punk, que vive de okupa en una casa en uno de los tantos cerros no turísticos que repletan Valparaíso. Todo en ella lo trastorna. Manuel se siente un perdedor, como se siente la mitad de los jóvenes a cierta edad, y ve en Lucy, la chica punk, a una persona que se liberó de toda esa sensación de fracaso. Además, ella es lindísima en su estilo llamativo, su pelo rojo, sus minis cortas y toda su estética punk.

Llevaba una polera de Sonic Youth, si bien no tan ajustada, estaba encogida por los lavados y dejaba ver su ombligo tímidamente, y aunque solo eso bastaría para llamar mi atención, había infinitamente más. Sus jeans debieron ser celestes pero estaban casi blancos de viejos, rotos en las rodillas y unas Chuck Taylor rojas, igual de gastadas. Tenía el pelo de un azul luminoso y el rostro más pálido y lindo que había visto en la vida (…) (pág. 52) 

Siguiendo ese modelo prefabricado que era mi vida, compuesto de una rutina de derrota tras derrota, lo normal habría sido que ella hubiera seguido caminando en su destino ciego, sin fijarse en mi existencia diminuta, pero no. (pág. 53) 

Esta sería una simplona historia de amor juvenil si no fuera por su contexto, por la fuerza con que suenan las canciones dentro de la estructura de la novela, no por la intensidad del enamoramiento de Manuel hacia esta nueva señorita punk —porque qué amor juvenil no revistió una intensidad única—, chica punk que lo cierto es que no le enseña nada, que no lo libera de nada, sino que por el contrario, uno y otro se limitan a vivir, a compartir a través de la música y su común desprecio hacia el statu quo. Lo valioso resulta Valparaíso, ese otro Valparaíso que sustenta la historia, el de las callejuelas empinadas y hediondas a meados, con las tocatas en bares de mala muerte donde un montón de jóvenes se apiñan en un pogo colérico y estúpido, desatando toda la furia de su juventud disfrazada de apatía, con una música estruendosa de fondo, con casas okupadas, con desprecio por todo, y solo una inercia juvenil, una displicencia deliberada que es la que deja avanzar el tiempo.

Sería estúpido pensar que ya me había enamorado de Lucy, pero intuía que podíamos escuchar música bacán, fumar marihuana y tirar al mismo tiempo y eso era lo más cercano al amor que podía aspirar cualquiera. (pág 67) 

Hay un romanticismo, no tanto hacia la figura de Lucy —que también lo hay, pero completamente convencional—, sino que hacia una época juvenil, donde vemos un vigor en las sensaciones y en las emociones, en cómo se perciben las cosas y en lo poco que se espera o puede esperarse de la vida. Eso es, sin lugar a dudas, lo que mejor sustenta esta novela. Lucys hay muchas, sin importar cómo se vistan ni qué música escuchen; pero la reedición de esa sensación juvenil, de esa fuga, de aquel momento en que uno cualquiera de nosotros se está gastando el alma, en solo una noche, unos días, meses o un par de años a lo sumo, es un momento que siempre vale la pena presenciar, porque siempre tiene el carácter de único. En ese sentido esta es una novela largamente lograda; le sobra, tal vez, el final moralizante, donde todo encaja, todo funciona por fin, como si la historia alguna vez hubiese estado rota y hubiese sido necesaria componerla, o como si madurar o crecer consistiera en ponerse de rodillas ante unos padres castigadores.

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