Presentación de "Piedra Roja, el mito del Woodstock chileno"


Esto fue el pasado domingo 9 de febrero en la Feria del Libro de Viña del Mar. Presenté el libro "Piedra Roja, el mito del Woodstock chileno" (RIL Editores) del periodista Antonio Díaz Oliva, después dimos paso a una estrambótica presentación -debut de la nueva formación- de Matilde Calavera. En fin, acá les dejo el texto que leí antes de la ronda de preguntas que realizamos esa noche.
 

Fue hace sólo algunos meses cuando una funcionaria pública pasó a ser parte de la pecera mediática, por unos dichos desafortunados como esos que los funcionarios públicos nos vienen acostumbrando en el último tiempo. Para esta funcionaria, todo aquel que se oponía a la construcción de una nueva termoeléctrica, otra más, era reventado bajo su juicio despectivo: “me apesté de estos hippies de mierda”. Quedó la escoba, claramente, y la susodicha fue destituida. Porque, claro, bajo esa nueva tipología de tribu urbana que quedó al descubierto por la funcionaria, se encontraban los rostros y cuerpos de muchos seres comunes y corriente, seres humanos, hombres y mujeres, ciudadanos, familias, electores, deudores, manifestantes.

Recuerdo este episodio, básicamente, porque hoy nos convoca la presentación de un libro que justamente, entiendo, trata de ir más allá de la clasificación de los fetiches propios de un segmento pequeño, quizá, de la sociedad. Porque “Piedra Roja, el mito del Woodstock chileno” de Antonio Díaz busca entender ciertos mecanismos que fueron capaces de componer un momento breve, tres días apenas, en el que los hippies – aquellos que se sentían orgullosos de hacerse llamar de esa forma– se reunieron en un lugar del barrio alto de Santiago, para marcar un momento que terminó convirtiéndose en un mito dentro del rock, como movimiento y lenguaje exclusivamente de la juventud.

Paréntesis y hablando de rock, primer mito que rompe este mythbuster en el que se configura Antonio, Aguaturbia jamás tocó en el festival Piedra Roja. Tchán.

Los jóvenes, sí. Me gustaría centrarme en ellos porque aquellos chascones que optaron por no bañarse más en los setentas, no tienen demasiadas diferencias con los jóvenes de hoy. Y pienso en los denominados pokemones, las pelolais, o un poco antes, los punks, los trashers, los rastafari. Para todos, el conflicto siempre es el mismo: una sociedad que amolda a su gusto y sin posibilidad de reclamo y que castiga duramente la diferencia, el escape del despotismo familiar y de cualquier institución y moral adquirida, y ese instinto salvaje y natural que hoy nos quieren hacer parecer más bien un cliché: la rebeldía. La idea, parafraseando a Jorge González, es tener la ocasión de romper el estancamiento.

Todas las tribus urbanas, por lo demás, son modelos importados, adquiridos de los medios de comunicación, consumidos por los jóvenes en busca de voz propia, pero también amoldados y entendidos desde una perspectiva local. Por eso, no extraña que Piedra Roja, el festival, haya sido un intento de tener un festival importante como lo fue Woodstock o Monterrey Pop, pero mezclado con una kermes de colegio cuico.

Otra más: tanto para los hippies chilenos, como para los punks chilenos, como para el niño Pokemon, el enemigo es claro: El Mercurio de Santiago, El Mercurio de Valparaíso, los noticiarios de TV y todo aquel supermercado de la información que esté dispuesto a enjuiciar todo lo que sea anómalo, pero además joven. Por eso, los titulares de la época como “hippies invaden playas de viña”, se siguen pareciendo tanto a todos los que se refirieron al emblemático caso “Wena Naty”.

No importa el bando, la prensa siempre es de un prejuicio gigante con la juventud a no ser que quiera hacer negocios con ella, y eso queda claro en este libro, pues la acumulación de titulares de periódicos de la época viene tanto de los medios de izquierda como de derecha.

“Festival de pijes disfrazados de hippies: 'vuelan' como locos”.

“El festival de la marihuana”.

“Orgía marihuanera en el parque Forestal”

“Festival de droga y sexo”

“Hippies aterrizan en 1ª comisaría”

Pero bueno, para concluir sólo basta decir que tras un festival de rock cojo, niñas de buena familia que desaparecieron –las abuelitas de la “Wena Naty”–, las toneladas de drogas que se consumieron, y toda esa mitología teen que no tenía cabida en la utopía allendista, esta publicación, da un paso en eso que como sociedad deberíamos intentar cada día: entender al otro, pero por sobretodo, a los jóvenes, por extraños que nos parezcan.

DHU

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