Camilo Marks critica "Canciones Punk" en El Mercurio


Esto apareció esta mañana en el Artes y Letras de El Mercurio: la crítica de Camilo Marks a "Canciones Punk para Señoritas Autodestructivas". Por acá su link o, si prefieren, pueden leer el texto haciendo click ahí donde dice leer más.


Camilo Marks


Domingo 29 de Mayo de 2011

Parásito, Cachorro, Blondie
 
Los siete relatos que componen Canciones punk para señoritas autodestructivas, de Daniel Hidalgo (Das Kapital, 2011, 174 páginas, $7.000), presentan una serie de denominadores comunes, frecuentes en las narraciones chilenas de hoy, si bien cobran una presencia brusca y extraña, muy propia del joven autor. Sin que la enumeración siguiente sea exhaustiva, ellos son un lenguaje oral, grosero, escatológico, sincopado, tribal; personajes jóvenes, a veces niños, siempre a la deriva y al borde de la subsistencia; miseria inenarrable y difícil de creer, aunque real y verosímil en los sórdidos detalles; violencia absurda, gratuita, inexplicable, pero endémica en determinado medio social; consumo de drogas adictivas baratas o alcohol de mala clase; exageración permanente y sexo a granel en condiciones muy precarias, sin idealizaciones ni romanticismo evasivo. La acción de todas las historias transcurre en Valparaíso, preferentemente en Playa Ancha y su longitud va de las 20 a las 40 páginas; esto último ocurre en la novela breve “Barrio miseria 221”, ya publicada y merecedora de un conocido galardón para la narrativa juvenil.

Una típica descripción de alguien en Canciones punk para señoritas autodestructivas reza: “Blondie tiene vendas negras a lo largo de sus dos brazos. No es difícil adivinar qué le pasó. Siempre está arañando sus brazos con diversos objetos. Tijeras, cuchillos de cocina o pedazos de vidrios de vasos rotos. Otras veces quema sus muñecas con colillas de cigarrillo. No hay gran novedad en eso. Tiene sus labios pintados de un rojo reflectante y sus ojos de un negro muy marcado. Está pálida, como siempre. Lleva aquel piercing en el centro de su labio inferior y otro en el agujero derecho de la nariz”. Y una característica reflexión en primera persona, escéptica, divertida, con toques nihilistas, puede encontrarse en cualquier cuento, tal como lo que dice el protagonista de “Ella era una chica indie”: “Creo que la felicidad es una invención del capitalismo con el fin de que la compremos a toda costa, sin importar el esfuerzo ni las condiciones laborales a las que te sometas para conseguir el dinero para ello. Para que la adquiramos también en dosis cinematográficas, televisivas, novelescas, en prendas de vestir, en comida. Y, como si fuera poco, formemos una linda familia para seguir consumiendo felicidad en cómodas cuotas el resto de la vida”.

Las citas anteriores no establecen completamente el tono amoral, desapegado, cínico de casi todas las piezas de Canciones punk para señoritas autodestructivas, ni tampoco la suciedad, la indolencia, el derrotismo de los actores, por lo general acompañados de hechos brutales y sangrientos.

“Silencio, hospital”, aun cuando culmine en una masacre, puede ser una excepción a los garabatos prevalecientes, tal vez es el texto que más se acerca a la denuncia social y es la mejor crónica de la colección. Rubén Soto, de 35 años, soltero, padre de una niña, guardia de un supermercado, cómplice de los robos que unos delincuentes practican en el local, acude a la sección de urgencias de un policlínico junto a su madre, Ana, de 56 años. La mujer sufre un dolor agudo en el pecho, que se disemina al resto del cuerpo y claramente es víctima de un ataque cardíaco. En la “sala de espera”, que está al aire libre, hay más de 60 personas y el número crece a medida que pasa el tiempo, horas de horas sin que se divise la posibilidad de atención para Ana, cuyo estado empeora en forma alarmante. La apatía, el desprecio por la vida de los demás, la irresponsabilidad criminal reinan sin atenuantes, por lo que Rubén, manu militari, decide actuar, con previsibles y catastróficas consecuencias.

Los nombres de muchos caracteres suplen cualquier información psicológica que pudo haberse entregado: Vagabundo, Peñascazo, Retard, Parásito, Cachorro, Peter Punk; los grupos de rock —“Los marsupiales enfermos”— o las bandas de asesinos —“las Ratas, que no tienen más de once o doce años y se lo pasan a guata pelada”— pululan como moscas y, en compañía de diversos chicos y chicas, practican asaltos, violaciones, homicidios, secuestros y otras gracias surtidas.
Como se ve, Canciones punk para señoritas autodestructivas no es ni pretende ser un libro agradable, y esa debe ser, paradójicamente, su gran virtud. Hay cierta monotonía e indiferenciación, que son cansadoras; sin embargo, Hidalgo, que sabe captar los matices del lumpen adolescente criollo, también logra transmitir algo parecido a la belleza en este inquietante volumen.

Comentarios

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